jueves, 21 de marzo de 2013

Las diez primeras razones


  I    Porque ya desde que nací, el día 8 de Octubre del año 1957, creo que no me respetaron. Llegué al seno de una familia muy católica y como era costumbre en aquellos tiempos, no fuera a ser que me muriera prematuramente, me bautizaron nada más nacer, siendo mi padrino el tío Juanito, hermano de mi madre, y la madrina mi tía Niní que era hermana de mi padre. Era lo preceptivo. Aquellos tíos míos, al contestar volo, se comprometieron a cuidar de mí, si algún día mis padres faltaban y la verdad es que luego no estoy muy seguro de que no estuvieran arrepentidos.

II   Porque en mi llegada, más o menos deseada o esperada, nadie dio tiempo al tiempo, porque en su convencimiento ni siquiera se hubieran permitido pensar en la posibilidad de que yo tuviera edad para decidir ante un aspecto tan importante para mi vida, como es poder escoger: en qué y en quién, pudiera llegar a creer siendo mayor y teniendo mi propio criterio. Pero la realizad es que la naturaleza no deja a nadie escoger familia y el entorno cultural y social al que se llega tiene por quien nace todo decidido. Y el nombre era el que te ponían en la pila bautismal cualquiera que fuera el que se inscribiera en el Registro.
III   Porque no solamente decidieron aquel día por mí, si no que, aprovechándose con naturalidad de que era un recién nacido que no podía oponer ninguna resistencia, y más todavía teniendo en cuenta la prueba de amor que me mostraban forjándome católico cristiano, sino que además, me inscribieron en un libro que está depositado en la casa parroquial y que todos los años lo firma y rubrica el señor arzobispo, para dar fe de que soy católico y que por eso le llaman al libro de la fe bautismal. De pequeño llegué a dudar si era más determinante para cumplir años: mi fecha de nacimiento o el día en el que me bautizaron.

IV   Porque nací después de que a mis padres les hubieran avergonzado en su conducta por haber pecado al haberme concebido antes de contraer católico matrimonio. Esta circunstancia, aunque yo ya la intuía, me la confirmaron pasados más de cincuenta años, se consideró como una gran desgracia familiar, una tragedia, y no por una cuestión de honor, ni por diferencias familiares, que a lo mejor también, sino por haber pecado contra los mandamientos de la santa madre Iglesia ya que afectaba de lleno al sexto. El problema no era traer un nuevo ser al mundo sino cómo y cuándo se había concebido.

V   Porque, aunque yo no sé muy bien cómo ocurrió todo aquello, más que nada porque no había nacido, estoy seguro,  sin ninguna duda, de que mis padres llegarían al punto en el que  tuvieran que confesarse ante dios por la falta, por el pecado que habían cometido y debieron arrepentirse por haberme concebido. Y seguro que el cura no fue condescendiente con ellos. A los pocos meses hicieron una boda muy triste, posiblemente de madrugada. Era el 15 de mayo de 1957 un día en el que al parecer nadie de la familia estaba totalmente feliz y satisfecho como es preceptivo estar en un día tan señalado como ese.

VI   Porque entre unas cosas y otras, se vivía en aquellos años con unas costumbres morales que subrepticiamente la religión imponía con el terror de las pistolas y la sutil vigilancia de los vecinos, que después de haber ganado la guerra civil, se habían instalado en los ojos de la calle. Habían abatido un periodo de luz en el que se había iniciado: la emancipación de la mujer con ese aspecto de la liberación sexual y la igualdad en su condición civil y política entre los sexos, rasgando la sutil dependencia del padre o del marido santificada: por el honrarás a tu padre y la fidelidad  en el matrimonio.

VII   Porque la vuelta durante la paz franquista a la moral cristiana, no admitía que la mujer tratara de ser en la vida algo más que una mujer virgen y casta que se entregaba por primera vez a su marido después de ser bendecida en santo matrimonio y que después se dedicaría a sus hijos con la cabeza bien alta. Saltar esta norma no era ningún delito pero entre palabras y miradas, conllevaba un rechazo social importante que pretendía arrastrar a la pecadora hasta la vergüenza, y ya en el primer momento, le robaba el derecho de tener una boda con arreglo a los cánones establecidos.

VIII   Porque los hijos, entonces y ahora, los manda dios. Luego ya de niño vas viendo la vida que te rodea y un día, te asombra la barriga gorda de tu madre y entonces, no sé porqué razón, pudiera causar bochorno, pero  nadie quiere decirte que tú, antes de nacer, también habías estado en el vientre de tu madre, y mucho menos, quién era el insensato que te iba a decir por dónde habías salido. Como han sido siempre tan sucios los tapujos con los que la iglesia trataba de ocultar todas las cuestiones sexuales, sirva este ejemplo ingenuo: a mí como a todos, nos dijeron que la cigüeña traía a los niños en el pico.

IX   Porque más tarde ya seguramente con tres años, aunque estos recuerdos se esconden en lo viejo, hay pequeños detalles que recuerdo con alguna claridad. Me llevaron a la escuela de las monjas que había al final de la calle en la que vivían mis abuelos maternos y a la que llevaban a todos los niños del pueblo desde inicios del siglo. Es posible que fuera al encarar el otoño del año 1960. He de agradecer que aquellas monjas me cuidaran y me enseñaran a leer y escribir, pero habrá que reconocer que sin duda su principal objetivo no era ése, sino pulirme desde niño y hacerme un buen cristiano.
X   Porque desde niño, y a la par que me enseñaban que la m con la a era: ma, y la p con la a era: pa, y ma ma,  y pa pa, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer, todas las mujeres que me rodeaban y que me atendían, trataron de convencerme de que dios existía, y de que la existencia de dios era lo más trascendente de mi vida. Lo hacían como si fuera la tarea más importante de sus vidas  y me advertían a cuenta de cualquier cosa que dios estaba en todas las partes y que veía todo lo que hacía. Es muy posible, que ya entonces, todo aquello no me lo pudiera creer, pero sin duda que me lo creía.

lunes, 25 de febrero de 2013

Prólogo a las mil razones por las que no creo en dios

 
En la actualidad, existo con más de cincuenta años: hambrientos, sedientos y vitales, y considerándome ateo desde la adolescencia, puedo comprobar, sin que pueda hacer nada para evitarlo, que las religiones en general y en concreto: el cristianismo y el catolicismo, religiones que imperan en el lugar en el que vivo, con su influencia social, su permanente propaganda y su agresivo proselitismo, con la excusa de dar testimonio de la existencia de dios, agotan: el pan y el agua con el que se alimenta poco a poco la libertad de la sociedad, y veladamente, aunque me mantenga apartado de sus irradiaciones y mentiras, me van dejando sin aire para respirar.
 

Ayer estuve en la consulta médica y allí sentado, escuchando los remedios para mis males, de labios de la médica que lucía un crucifijo en su cuello, aunque sin duda está en el ejercicio de mostrar su creencia: me ofende. ¿Cómo puede uno confiar en el conocimiento científico de un creyente y cómo puede un médico hacer ostentación de su creencia si sabemos que cuando hay contradicción entre su moral religiosa y la ciencia y las posibilidades de la ciencia… se pondrá en conciencia del lado de la moral religiosa…? Y me asusta porque esas formas no son las propias de un servicio público que está soportado en el saber, y en el conocimiento. Y ¿alguien se imagina si al auscultarme el pecho la doctora se hubiera encontrado colgado un crucifijo partido en dos, como si lo hubiera roto, para demostrar y dar testimonio de mis creencias...?

Cuando tengo noticias de que algunas maestras de la escuela pública siguen trasmitiendo a los niños todas las retahílas de la iglesia Católica e incluso cuando conforman sus vacaciones de acuerdo con las festividades de la liturgia católica, me exacerbo nada más que de pensar que ya están preparando la sementera cuyo fruto recogerá durante al menos una generación más, porque siguen sembrando: sus mentiras y sus fábulas, en las mentes más limpias: en las conciencias de los niños.

En esta obra en la que expongo las primeras mil razones por las que dejé de ser cristiano católico, por las que dejé de creer en cualquier dios, razones que de paso me han dejado inmunizado para ser creyente de cualquier otra religión que me quisiera captar con sus arengas, ando por las diferentes etapas de mi vida recordando cómo me iba afectando la religión en cada momento y cómo la fueron inyectando en el centro de mi percepción y de mis sentimientos, aunque todavía pueda contar que mi razón opuso resistencia. Ahora con mis razones no solo me defiendo si no que también trato de propagarlas.

Alguna de estas razones, por sí sola, puede ser razón suficiente para abandonar cualquier secta religiosa. Todas están redactadas recorriendo la experiencia vital por las que dejé de ser cristiano desde una visión en la que se puede percibir esa idea que desconocemos de la iglesia católica y de su práctica social. Todas estas razones las redacto como una provocación a la que me veo obligado para que me dejen de tratar como si fuera un tonto sin sentimientos ni entendederas, un estúpido que atenta contra las leyes básicas de la naturaleza. También: para que los propagadores e inductores, con estas razones, queden señalados como lo que son: unos embusteros que desde los púlpitos y sin sonrojarse, tratan de hacer verdad las grandes mentiras que han repetido a lo largo de la historia y con las que han controlado el mundo.

Son todas, razones tan importantes, que he tratado que cada una de ellas no tenga más extensión que nueve líneas, puesto que entiendo pueden ser suficientes para que caiga por su peso, y que cada razón no exceda de cien palabras sencillas escritas de seguido y presentadas sin necesidad de consultar en ningún sitio, como si fuera un catecismo a favor de la desaparición de las religiones y las preces del funeral de dios. Están expuestas de manera tan escueta y sencilla para que nadie pueda decir que son razones enrevesadas y de difícil entretenimiento, razones para  las que no hay que dar más explicaciones que las trascritas y con las que de ninguna manera se pretende despistar y aturdir al lector y en todo caso llevarlo al precipicio en el que pensar.

A esta edad, tengo el convencimiento de que las religiones en general son las piedras angulares que han impedido a lo largo de los siglos que la humanidad avance a estadios de más humanidad y también creo: que si en algo ha mejorado la humanidad en este tiempo, que sin duda ha mejorado, ha sido a pesar de ellas y sin querer hacer de pájaro de mal agüero creo que tratarán de hacer todo lo posible por seguir mintiendo y manipulando a las gentes buscando siempre la sombra del poder político que más les convenga.