lunes, 21 de noviembre de 2016

Llegamos a las cien.

XCI Porque como tenía que ir a confesar a la fuerza, aunque posiblemente ya me planteara alguna contradicción, iba y no oponía resistencia. Como tenía que decir alguna cosa la decía y el confesor para hacer su trabajo tenía que ponerme la penitencia: un padre nuestro y tres avemarías. Luego de rodillas en el banco a cumplir la penitencia. Porque este sacramento es el sacramento de la penitencia ante dios que la debía cumplir muy centrado en que estaba ante la misericordia divina. Rezar a dios para pedirle perdón por mis pecados. Pero ¿es que alguien se puede creer de verdad todo esto…?

XCII Porque una vez acabada la catequesis ya estaba preparado para hacer la primera comunión y llegó el día en el que me hicieron comulgar por primera vez. Para tal fin me disfrazaron de marinerito, no entiendo por qué nos vestían a todos los niños así. Fue el día de la Ascensión de 1965, el 27 de Mayo. Ese día lo importante era que luciera el sol y que el altar mayor de la iglesia estuviera a rebosar de flores y que en general saliera todo bien porque era el día en la que empezaba a practicar la doctrina. El objetivo de la Iglesia era que una carracatalla de niños y niñas hicieran su primera aparición en la fiesta católica, en aquella orgía de la mentira y de la hipocresía.

XCIII Porque recuerdo el día de mi primera comunión como si hubiera sido hace un rato. Puedo detallar quiénes estaban en la puerta de la iglesia, nerviosas entre las madres más nerviosas todavía, organizando el cortejo de los niños comulgantes y el orden en el que entrábamos a la iglesia. Yo iba con Angelita y Jesusín que eran primos, y yo que iba de pico, porque no tenía ningún primo ni ningún hermano que comulgara conmigo ese día, me tuve que poner con ellos y entramos a la iglesia los últimos de la fila, que al final resultó que yo iba entre medio de los dos sin espacio y me hube de colocar detrás del último. 

XCIV Porque estábamos allí en los bancos sentadicos sin saber muy bien qué nos iba a pasar por dentro cuando tomáramos el cuerpo de Cristo y ya don Pablo cogió el copón donde llevaba las hostias y las empezó a repartir y cuando me tocó a mí me dio mi primera comunión. Me dejó la oblea en la boca y dije amen con cuidado para que no se me escapara y traté de tragarla procurando no morderla porque eso era pecado. Ahora veo la foto que me hicieron de recuerdo y todavía me emociono ante tanta inocencia. Me senté y esperé a sentir qué pasaba y no pasó nada, ni me había quitado el hambre.

XCV Porque una vez acabada la misa nos llevaron a desayunar a los comulgantes al salón parroquial que había en la iglesia subiendo unas escaleras desde la sacristía. Una mesa grande sin sillas a la que nos acercábamos todos con mucho cuidado para no mancharnos el traje en un revoltijo de madres y vástagos. Nadie se preocupó de que a mí no me gustara la leche sola y aún estando en ayunas me hube de comer el bollo seco que acompañaba al vaso sin decir nada a nadie para no molestar. Lo importante es que había recibido a Jesucristo nuestro señor y ya tenía uso de razón y ya era un cristiano que había de cumplir.

XCVI Porque bien comulgado y a medio desayunar salimos de la iglesia por la parte de la sacristía, y a trompa talega de la mano de mi madre y a pesar de que me hacían daño los zapatos blancos recién estrenados, hube de recorrer todo el pueblo de casa a casa de mis tías y allí darles besos y escuchar que me dijeran qué guapo estaba. Dentro de todo, esta ronda fue lo peor del día y me recuerdo: muy serio, muy estirado en mi papel de comulgante convencido y agobiado por el calor, En las casas también me dieron dinero que nunca lo vi y también me dieron algún regalo bonito que tampoco lo disfruté porque se podía romper y quedo guardado en el cajón del trinchante.

XCVII Porque la verdad es que nunca llegué a comprender todo esto del cuerpo de Cristo que se transustanciaba en una pequeña oblea de harina. Siempre me sorprendió el momento de la consagración del cuerpo y la sangre, esos momentos en los que el cura levantando las manos al cielo con el cáliz con un poco de vino dice sus embrujos y luego con la hostia cortada por la mitad y al que le falta un trozo que le ha echado al vino… y cómo la comía después y se bebía el vino y limpiaba el vaso con trapo blanco hasta dejarlo otra vez relucido. ¿Cómo lavaban después el trapo que llevaba restos de sangre de Cristo?

XCVIII Porque luego fue el día del Corpus Christi, que también me vistió mi madre con el mismo disfraz de la primera comunión y que también era un día muy importante de la tradición católica. También hubo desayuno de leche sin nada, pero esta vez era en las escuelas de las monjas, y aquel día aunque recuerdo que como la vez anterior no me comí más que el bollo, no recuerdo haber pasado hambre. Igual había desayunado en casa porque entre la procesión y la misa, quizás daba tiempo para comulgar, que habían de pasar dos horas o porque a lo mejor: ya me había mentalizado de la ocasión anterior.

XCIX Porque desde ese día en el que me llevaron al pie del altar mayor a comulgar ya entré en la dinámica de niño católico practicante cumplidor de sus obligaciones y en una rotación semanal de confesión, misa y comunión. Tenía la buena costumbre de pasar por casa de mi abuela, después de la misa, para que me viera y me preguntara qué era lo que había dicho el cura, que al parecer cada día decía algo de lo que yo no me enteraba, y que comprobara lo buen cristiano que le había salido el nieto mayor y el buen ejemplo que iba a ser para los pequeños y a lo mejor mi abuela: me daba alguna cosa.

C Porque lo que me creaba más problemas en mis hábitos y en mis necesidades infantiles era que no podía desayunar antes de comulgar, y había días de fiesta importante, por ejemplo el domingo de Pascua Florida, en los que había que aguantar sin comer nada hasta la hora de comulgar, que era más tarde porque venía con sermón. Siempre tenía la duda de si podía beber agua, que unos amigos decían que sí y otros que no, y no se lo podías preguntar a tu madre o a tu abuela porque te podían soltar una bofetada por no saberlo, y que de todas las formas te iba a contestar que no bebieras. En días así al final no me podía aguantar el hambre y acababa comiendo y bebiendo.

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