lunes, 19 de diciembre de 2016

Ciento veintinueve y una

CXXI Porque en aquella semana que llamaban santa todo que se hacía alrededor de la iglesia era como muy contradictorio para llegar a entenderlo, que además luego nunca lo entendía. El Jueves Santo había que ir a misa por la tarde porque era la última cena, y ya no había más misas. Yo pensaba que ya no iba a ver más misas nunca porque se moría Cristo pero era solamente para un par de días, porque el domingo venía la misa más importante del año en la que Jesucristo resucitaba, y por eso ese día hasta mi padre comulgaba, sin excusa de si había comido algo ni se había bebido un vaso de vino sin darse cuenta.
CXXII  Porque había momentos en los que parecía que todo era alegría como en la última cena que la iglesia se llenaba de gente y los hombres se quedaban de pie en la parte de atrás y en el altar mayor, vestidos de blanco los oficiantes, concelebraban todos los curas que había en el pueblo y alguno más que venía de fuera. Las mujeres al salir decían: un mandamiento nuevo nos dio el señor: que nos amáramos todos como él nos amó. Puede ser que hasta los mayores hubiera oído la primera vez aquel mandamiento: se les oía repetirlo muchas veces como si fuera novedad y debieran aprendérselo.
CXXIII Porque el viernes santo que mejor recuerdo lo recuerdo frustrante y con rabia por no haber podido participar en el Santo entierro. Me apunté para salir en la procesión vestido de nazareno con una túnica morada que por la mañana la llevé a casa de mi abuela Flora, que era la que había puesto el dinero para pagar el derecho a salir, y la mandó lavar y planchar porque decía que estaba llena de pulgas. Al atardecer nos subieron a todos los niños a un salón para esperar con las coronitas de espinas, unas cruces y unos clavos. Cuando subieron a llamarnos ya estaba la procesión de vuelta y nos quedamos llorando.
CXXIV  Porque nos explicaban cómo había sido el juicio a Jesucristo por ser el rey de los judíos o el hijo de dios o el mesías. Nunca sabía quién era. Los soldados romanos lo habían cogido prisionero en el huerto de los olivos que se llamaba Getsemaní a donde había ido a rezar después de la última cena.
Allí lo había señalado Judas Iscariote dándole un beso en la mejilla. Le habían pagado con treinta monedas de plata y luego se había ahorcado colgándose de un olivo, corroído por su conciencia. Judas más que Judas. Una imagen de un hombre ahorcado ilustraba la historia. Recuerdo cómo contaba Don Eusebio este episodio en la escuela cuando estaba en tercer grado.
CXXV  Porque ¿cómo iba a entender aquello de que se llevan a Jesús el nazareno a Anás y Caifás, y que estos dos sumos sacerdotes judios se lo entregan al gobernador romano Poncio Pilatos, que primero dice que solamente le va a castigar y que luego lo va a liberar, pero que luego se lava las manos y lo manda a crucificar por petición del pueblo… Cómo iba a entender que durante el juicio la gente se riera y le dijera que era el rey de los judíos y entonces había que concluir que: el juicio no era un juicio, sino que era la voluntad de dios de que sucediera así y que su hijo fuera sin remisión al Calvario para liberarnos de nuestros pecados…? Todo un disparate. Tenía ocho años.
CXXVI  Porque dentro de la pasión había algunos episodios que me dolían a mí conforme los oía contar: el castigo inhumano de la flagelación: ataron a Jesús las manos por encima de la cabeza con unas cuerdas gruesas y lo colgaron a una columna de piedra y le dieron cuarenta latigazos por todo el cuerpo. Me imaginaba todo el cuerpo sangrando y herido con las bolas de plomo que llevaba el flagelo de cuero con el que le pegaban y me estremecía, y luego el manto rojo con el que le cubrieron porque había dicho que era rey, y la corona de espinas. Sentía una empatía profunda y dolorida por el abatido Jesús.
CXXVII  Porque recuerdo que todo se volvía en contra de Jesús que iba con la cruz a cuestas camino del monte Gólgota, y cómo el apóstol Simón también llamado Pedro negaba a Jesús por tres veces antes de que cantara el gallo, y Simón Cirineo ayudándole a llevar la cruz un rato y a María y a Magdalena que estaban observando su paso y a Verónica que le enjuaga el rostro y le retira el sudor. Estos episodios se recordaba en lo que se llamaba el vía crucis, que era un recorrido que se hacía en el interior de la iglesia parando en las quince estaciones  en las que se representan: la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
CXXIX  Porque recuerdo la procesión del día del viernes santo en la que, algunas mujeres vestidas de negro y con las cabezas tapadas con un velo también negro, iban descalzas por el centro de la calle arrastrando los pies muy despacio porque seguramente le harían mucho daño las plantas con las piedras. No sé las razones de tanta devoción pero seguramente iban por una promesa o para mortificarse por algo que habían hecho y que ellas solamente lo sabían o para sanar a algún familiar que estuviera enfermo. Recuerdo a mujeres viejas con velas y cirios andando al lado de las imágenes…que daba mucho miedo.
CXXX Porque al día siguiente hasta caer la tarde todo era silencio. Era el sábado santo y Jesús estaba de cuerpo presente, de repente justo al anochecer los chicos mayores salían a recorrer las calles haciendo sonar con fuerza las carracas de madera, haciendo un ruido desagradable, para avisar a los vecinos de los oficios con la cantinela: a los oficios de la iglesia a la hora santa a las diez y media… para que no faltara nadie en el velatorio. Armaban tanto barullo, por el tono de voz con el que gritaban sin parar un instante y por la extraña blancura de la noche que los sumía, que a mí me daba aprensión ir con ellos.

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