CXI Porque entre la iglesia, mi casa y la escuela, me hicieron aprender el catecismo de
carrerilla. ¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de dios. ¿Cuál es
la señal del cristiano? La santa Cruz. ¿Cuáles son los enemigos del alma? El
mundo, el demonio y la carne? Era el llamado catecismo resumido del Padre
Astete, debía tener ya muchos años y era la base de la doctrina católica y
cristiana. Que yo recuerde: aunque no entendiera la mitad de las respuestas que
había de dar a las preguntas, pasa por ser el único libro que me he aprendido de memoria desde la primera letra hasta la
última.
CXII Porque todavía era niño para que en la escuela estudiáramos
la Historia Sagrada
y sin embargo, en aquello años ya fui estudiando algunas lecciones y repasando
el catecismo. En una labor de adoctrinamiento perverso, desde la escuela nos
hacían rezar y adorar a dios y a la virgen todos los jueves por la tarde y santificar
a los santos. Y desde la escuela se celebraba el día de San Blas que había que
ir a la iglesia a bendecir los alimentos. Las madres iban con el bolso lleno de
pan y magdalenas. Y también recuerdo el día de la Candelaria que era
siempre un día soleado y frío y nos daban en la iglesia una vela encendida con
la que nos calentábamos los dedos de las manos.
CXIII Porque si no llovía y a la sazón las autoridades
luchaban contra la pertinaz sequía, porque los campos pasaban sed en el momento
de germinar las semillas en las tierras de secano, nos sacaban a los niños de
la escuela en procesión, con el cura y los monaguillos portando unos estandartes.
Con una imagen pequeña llevada a hombros, pudiera ser San Isidro el labrador, salíamos
al campo todos los niños de la escuela en fila, para hacer rogativas en las que
el cura echaba una gotas de agua con el hisopo al aire y sobre la tierra y
decía unas jaculatorias a las que había que contestar: amén. Una especie de
danza de la lluvia como las que veíamos en las películas de indios.
CXIV Porque nos
contaban la historia de San Isidro, que estaba casado con Santa Maria de la Cabeza. Un buen día el hijo de
ambos cayó a un pozo y al no poderlo rescatar, pidieron a dios que lo salvara y
el agua del pozo empezó a subir de tal manera que su hijo, que no había
desistido de mantenerse a flote, pudo llegar hasta los brazos de su padre. Eran
tan buenos cristianos en el matrimonio, que un día que Isidro se había ido a rezar
a la parroquia más cercana y había dejado los bueyes en el campo, alguien pudo
ver a dos ángeles bajados del cielo haciendo la labranza más deprisa que el usual
paso de los animales.
CXV Porque
había un día que me llamaba la atención especialmente y que luego en casa
necesitaba de increíbles y lóbregas explicaciones.
Nos sacaban de la escuela a las diez de la mañana para ir a misa porque no era un día de fiesta. Así celebrábamos el miércoles de ceniza que era el día en el que comenzabala Cuaresma. Una vez acabada la
misa, todos los que estábamos presentes en la iglesia porque habíamos ido,
pasábamos por delante del altar, como si fuéramos a comulgar y el cura nos
echaba un poco de ceniza en la cabeza haciendo una cruz con ella y nos decía: polvo eres y en polvo te convertirás.
Nos sacaban de la escuela a las diez de la mañana para ir a misa porque no era un día de fiesta. Así celebrábamos el miércoles de ceniza que era el día en el que comenzaba
CXVI Porque
era muy importante la educación católica y cristiana y llegar a saber, a
entender y a creer todos los misterios que la conforman y con la que había que
ganarse el cielo en vida. Y llegaba con el estudio del catecismo y la
comprensión de los sacramentos ya desde muy niños y en esas tareas la escuela
nacional católica no perdía el tiempo ni se cortaba un pelo en hacer su santa
voluntad. Así que poco a poco iba entrando en ese proceloso mundo de la
religión en el que todo estaba pensado, relacionado y entramado de una manera
consistente para hacernos creer desde niños en la existencia de dios.
CXVII Porque también hube de aprender el color de los vestidos que se ponía los curas para celebrar misa según el tiempo litúrgico que se estaba viviendo. En la cuaresma los curas hacían la misa con una casulla morada y el día de Gloria se vestían de blanco y en
CXVIII Porque aunque era niño, la verdad es que ahora compruebo
rascando en mi memoria, cómo me enteraba de todo y todo se me apegaba en el
recuerdo, ya vivía para aquellas fechas la religión con intensa fervor y
devoción para salvar mi alma. El domingo de ramos cuando decían entró
Jesucristo a Jerusalén montado en un borrico:
como brotes de olivo en torno a tu mesa, señor, así son los hijos de la iglesia
y luego venía aquello de: el que teme al
señor será feliz. Es difícil entender tanta alegría en medio del temor. Al
acabar la misa, en fila, recogía la rama de olivo bendecida y la llevaba a casa
de mi abuela para que la pusiera en el balcón. Así nos protegía dios de las
tormentas.
CXIX Porque recuerdo perfectamente, cómo se vivían aquellas primeras semanas santas en las calles de mi pueblo, en las que todo era silencio, y todavía siento que había de vivir la pasión y muerte de Jesucristo como si estuviera sucediendo en aquellos mismos días. Y fueron aquellas las que recuerdo porque ya no hubo otras de aquellas maneras, la última que viví fue la del año 1966. Todo era de un dolor leve pero insoportable y el último día de alegría interior, sin muestras de algarabía, porque el señor había resucitado. En esa semana no se podía cantar, ni gritar, ni comer chorizo con mi tío Juanito.
CXIX Porque recuerdo perfectamente, cómo se vivían aquellas primeras semanas santas en las calles de mi pueblo, en las que todo era silencio, y todavía siento que había de vivir la pasión y muerte de Jesucristo como si estuviera sucediendo en aquellos mismos días. Y fueron aquellas las que recuerdo porque ya no hubo otras de aquellas maneras, la última que viví fue la del año 1966. Todo era de un dolor leve pero insoportable y el último día de alegría interior, sin muestras de algarabía, porque el señor había resucitado. En esa semana no se podía cantar, ni gritar, ni comer chorizo con mi tío Juanito.
CXX Porque recuerdo en una calle oscura en la que
solamente alumbraban las velas la procesión del encuentro. Era en la calle de
la amargura. Los hombres, con la boina en una mano y una vela en la otra, a
paso lento y desacompasado salían por un lado con una imagen de Jesús con la
cruz a cuestas. Esa noche yo tenía que ir a la procesión acompañando a mi padre,
de su mano. Por otro lado salían las mujeres vestidas de oscuro con el velo
sobre sus cabezas y los cirios en la mano acompañando a la Dolorosa. Las dos procesiones
se tropezaban en medio de la calle. Todo era silencio y algunas mujeres
lloraban.
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