domingo, 11 de diciembre de 2016

Hasta la ciento veinte.

CXI   Porque entre  la iglesia, mi casa y la escuela, me hicieron aprender el catecismo de carrerilla. ¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de dios. ¿Cuál es la señal del cristiano? La santa Cruz. ¿Cuáles son los enemigos del alma? El mundo, el demonio y la carne? Era el llamado catecismo resumido del Padre Astete, debía tener ya muchos años y era la base de la doctrina católica y cristiana. Que yo recuerde: aunque no entendiera la mitad de las respuestas que había de dar a las preguntas, pasa por ser el único libro que me he aprendido  de memoria desde la primera letra hasta la última.
CXII Porque todavía era niño para que en la escuela estudiáramos la Historia Sagrada y sin embargo, en aquello años ya fui estudiando algunas lecciones y repasando el catecismo. En una labor de adoctrinamiento perverso, desde la escuela nos hacían rezar y adorar a dios y a la virgen todos los jueves por la tarde y santificar a los santos. Y desde la escuela se celebraba el día de San Blas que había que ir a la iglesia a bendecir los alimentos. Las madres iban con el bolso lleno de pan y magdalenas. Y también recuerdo el día de la Candelaria que era siempre un día soleado y frío y nos daban en la iglesia una vela encendida con la que nos calentábamos los dedos de las manos.
CXIII Porque si no llovía y a la sazón las autoridades luchaban contra la pertinaz sequía, porque los campos pasaban sed en el momento de germinar las semillas en las tierras de secano, nos sacaban a los niños de la escuela en procesión, con el cura y los monaguillos portando unos estandartes. Con una imagen pequeña llevada a hombros, pudiera ser San Isidro el labrador, salíamos al campo todos los niños de la escuela en fila, para hacer rogativas en las que el cura echaba una gotas de agua con el hisopo al aire y sobre la tierra y decía unas jaculatorias a las que había que contestar: amén. Una especie de danza de la lluvia como las que veíamos en las películas de indios.
CXIV  Porque nos contaban la historia de San Isidro, que estaba casado con Santa Maria de la Cabeza. Un buen día el hijo de ambos cayó a un pozo y al no poderlo rescatar, pidieron a dios que lo salvara y el agua del pozo empezó a subir de tal manera que su hijo, que no había desistido de mantenerse a flote, pudo llegar hasta los brazos de su padre. Eran tan buenos cristianos en el matrimonio, que un día que Isidro se había ido a rezar a la parroquia más cercana y había dejado los bueyes en el campo, alguien pudo ver a dos ángeles bajados del cielo haciendo la labranza más deprisa que el usual paso de los animales.
CXV   Porque había un día que me llamaba la atención especialmente y que luego en casa necesitaba de increíbles y lóbregas explicaciones. 
Nos sacaban de la escuela a las diez de la mañana para ir a misa porque no era un día de fiesta. Así celebrábamos el miércoles de ceniza que era el día en el que comenzaba la Cuaresma. Una vez acabada la misa, todos los que estábamos presentes en la iglesia porque habíamos ido, pasábamos por delante del altar, como si fuéramos a comulgar y el cura nos echaba un poco de ceniza en la cabeza haciendo una cruz con ella y nos decía: polvo eres y en polvo te convertirás.
CXVI   Porque era muy importante la educación católica y cristiana y llegar a saber, a entender y a creer todos los misterios que la conforman y con la que había que ganarse el cielo en vida. Y llegaba con el estudio del catecismo y la comprensión de los sacramentos ya desde muy niños y en esas tareas la escuela nacional católica no perdía el tiempo ni se cortaba un pelo en hacer su santa voluntad. Así que poco a poco iba entrando en ese proceloso mundo de la religión en el que todo estaba pensado, relacionado y entramado de una manera consistente para hacernos creer desde niños en la existencia de dios.

CXVII  Porque también hube de aprender el color de los vestidos que se ponía los curas para celebrar misa según el tiempo litúrgico que se estaba viviendo. En la cuaresma los curas hacían la misa con una casulla morada y el día de Gloria se vestían de blanco y en la Navidad también. El color rojo, unas pocas semanas, en los tiempos de verano. El color verde creo que eran unos domingos antes de la Semana santa y otras semanas después. En Adviento había que fijarse bien en el color de la casulla del cura porque era morado y era rosado. Lo aprendí a fuerza de dar muestras a mi abuela de que había estado en misa.
CXVIII Porque aunque era niño, la verdad es que ahora compruebo rascando en mi memoria, cómo me enteraba de todo y todo se me apegaba en el recuerdo, ya vivía para aquellas fechas la religión con intensa fervor y devoción para salvar mi alma. El domingo de ramos cuando decían entró Jesucristo a Jerusalén montado en un borrico: como brotes de olivo en torno a tu mesa, señor, así son los hijos de la iglesia y luego venía aquello de: el que teme al señor será feliz. Es difícil entender tanta alegría en medio del temor. Al acabar la misa, en fila, recogía la rama de olivo bendecida y la llevaba a casa de mi abuela para que la pusiera en el balcón. Así nos protegía dios de las tormentas. 
CXIX Porque recuerdo perfectamente, cómo se vivían aquellas primeras semanas santas en las calles de mi pueblo, en las que todo era silencio, y todavía siento que había de vivir la pasión y muerte de Jesucristo como si estuviera sucediendo en aquellos mismos días. Y fueron aquellas las que recuerdo porque ya no hubo otras de aquellas maneras, la última que viví fue la del año 1966. Todo era de un dolor leve pero insoportable y el último día de alegría interior, sin muestras de algarabía, porque el señor había resucitado. En esa semana no se podía cantar, ni gritar, ni comer chorizo con mi tío Juanito.
CXX Porque recuerdo en una calle oscura en la que solamente alumbraban las velas la procesión del encuentro. Era en la calle de la amargura. Los hombres, con la boina en una mano y una vela en la otra, a paso lento y desacompasado salían por un lado con una imagen de Jesús con la cruz a cuestas. Esa noche yo tenía que ir a la procesión acompañando a mi padre, de su mano. Por otro lado salían las mujeres vestidas de oscuro con el velo sobre sus cabezas y los cirios en la mano acompañando a la Dolorosa. Las dos procesiones se tropezaban en medio de la calle. Todo era silencio y algunas mujeres lloraban.

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