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domingo, 1 de enero de 2017

Ya son ciento cincuenta

  CXLI  Porque ya en septiembre del año 1966 ya iba a la escuela con los chicos mayores que yo, algunos tenían hasta catorce años. Allí don Eusebio que era un católico muy practicante y que creía en dios y en la Iglesia católica, nos contaba las partes más heroicas de la novela sagrada con las que había de conformar el espíritu cristiano y dar los últimos toques de conocimiento de todo el contenido de la religión católica, tan importante en la educación. A la par Don Eusebio también nos leía cada tarde un poco de El Quijote, y sabía que: aunque no fuera tan entretenido, tenía más de verdad que todas las aventuras de la Biblia.
CXLII  Porque en aquellos dos años en los que estuve en el tercer grado con Don Eusebio me aprendí la Biblia como si fuera un único libro. Todas sus pequeñas historias decía el maestro que era la historia del pueblo de dios, del pueblo hebreo, del pueblo judío en la búsqueda eterna de la tierra prometida. De esos años recuerdo el estupor en el que me desenvolvía porque siendo la Biblia el tronco común de las dos religiones, sin embargo, siempre nos enseñaban lo mala gente que eran los judíos que habían ordenado crucificar a Jesucristo, que además también era judío, pero un judío cuya vida se contaba en los evangelios.
CXLIII  Porque la historia la cuentan redonda para que no faltando ningún detalle sea creíble. Tiene un principio y el principio:  dios. Según uno de los libros que aparece en la Biblia que se llama el Génesis, nos cuentan, que dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Este libro lo escribieron los hombres que ya sabían escribir muchos años después, pero parece ser que no tuvieron que discurrir nada porque se acordaban de todo de cómo había sido. Una tontería, pero que está en la base de todas las religiones que hay en el mundo: la creencia de que dios existe y que fue el creador de todo el universo.
CXLIV  Porque aseguran que dios creó el mundo y lo cuentan en los libros de esta manera. En el principio creó dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Entonces dijo Dios: sea la luz. Y fue la luz. Dios vio que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y fue la mañana del primer día. Y de niño te creías este razonamiento sin ninguna duda porque ya sabías que efectivamente existía la noche y el día.
CXLV  Porque aseguran que el segundo día dijo Dios: Haya una bóveda en medio de las aguas, para que separe las aguas de las aguas. Y dios hizo la bóveda, y separó las aguas que están debajo de la bóveda, de las aguas que están sobre la bóveda. Y fue así. Dios llamó a la bóveda: Cielo. Y fue la tarde y fue la mañana del segundo día. Entonces dijo Dios: Reúnanse las aguas que están debajo del cielo en un solo lugar, de modo que aparezca la parte seca. Y fue así. Llamó Dios a la parte seca: Tierra, y a la reunión de las aguas llamó: Mares. Y vio Dios que esto era bueno. Los niños sabíamos que esto era cierto y que si no lo había hecho dios, quién lo pudiera haber hecho.
CXLVI  Porque dios en un par de días tenía el mundo hecho y entonces dice que dijo: Produzca la tierra hierba, plantas que den semilla y árboles frutales que den fruto, según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. La tierra produjo hierbas, plantas que dan semilla según su especie, árboles frutales cuya semilla está en su fruto, según su especie. Y vio Dios que esto era bueno. Y fue la tarde y fue la mañana del tercer día. Era fácil dibujar la creación como si estuviéramos con un papel y unos lapiceros de colores con los que íbamos colocando cada cosa en su sitio. Así lo escribieron.
CXLVII  Porque al día siguiente dijo Dios: Haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en la noche.  No sé si dios hizo las cosas bien o mal, dudo que las hiciera, pero estoy seguro, que quien contó como lo hizo, lo contó mal, porque si no ¿cómo había creado antes el día y la noche sin las lumbreras?
CXLVIII  Porque aquel mismo día en un pispas, dicen los libros sagrados que dios hizo también las estrellas. Dios las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que esto era bueno. Y fue la tarde y fue la mañana del cuarto día. Pasaron miles de años hasta reconocer las religiones que la tierra era redonda y que giraba alrededor del sol. Quien escribió la historia no supo escribir más allá de lo que veía. Todavía hoy los humanos no somos capaces de comprender la inmensidad del universo, que al parecer hizo dios en una tarde, como aquel que dice sin hacer nada, si acaso creernos la trola.
CXLIX Porque el dibujo todavía no estaba completo y dijo dios: Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo. Y creó Dios los grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan y que las aguas produjeron, según su especie, y toda ave alada según su especie. Vio Dios que esto era bueno, y los bendijo Dios diciendo: Sed fecundos y multiplicaos. Llenad las aguas de los mares; y multiplíquense las aves en la tierra. Fue la tarde y fue la mañana del quinto día. Ya están los cielos y los mares habitados con aves y peces.
CL Porque la tierra firme con sus selvas y sus montañas quedaba vacía y la tierra no era habitada por ningún ser que la pisara entonces dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y animales de la tierra, según su especie. Y fue así. Hizo Dios los animales de la tierra según su especie, el ganado según su especie y los reptiles de la tierra según su especie. Y vio Dios que esto era bueno. La creación estaba realizada con miles y miles de especies de todas las clases. Ninguna de ellas supo de la evolución de su especie en su hábitat, ni supo que dios había sido el creador.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Ciento veintinueve y una

CXXI Porque en aquella semana que llamaban santa todo que se hacía alrededor de la iglesia era como muy contradictorio para llegar a entenderlo, que además luego nunca lo entendía. El Jueves Santo había que ir a misa por la tarde porque era la última cena, y ya no había más misas. Yo pensaba que ya no iba a ver más misas nunca porque se moría Cristo pero era solamente para un par de días, porque el domingo venía la misa más importante del año en la que Jesucristo resucitaba, y por eso ese día hasta mi padre comulgaba, sin excusa de si había comido algo ni se había bebido un vaso de vino sin darse cuenta.
CXXII  Porque había momentos en los que parecía que todo era alegría como en la última cena que la iglesia se llenaba de gente y los hombres se quedaban de pie en la parte de atrás y en el altar mayor, vestidos de blanco los oficiantes, concelebraban todos los curas que había en el pueblo y alguno más que venía de fuera. Las mujeres al salir decían: un mandamiento nuevo nos dio el señor: que nos amáramos todos como él nos amó. Puede ser que hasta los mayores hubiera oído la primera vez aquel mandamiento: se les oía repetirlo muchas veces como si fuera novedad y debieran aprendérselo.
CXXIII Porque el viernes santo que mejor recuerdo lo recuerdo frustrante y con rabia por no haber podido participar en el Santo entierro. Me apunté para salir en la procesión vestido de nazareno con una túnica morada que por la mañana la llevé a casa de mi abuela Flora, que era la que había puesto el dinero para pagar el derecho a salir, y la mandó lavar y planchar porque decía que estaba llena de pulgas. Al atardecer nos subieron a todos los niños a un salón para esperar con las coronitas de espinas, unas cruces y unos clavos. Cuando subieron a llamarnos ya estaba la procesión de vuelta y nos quedamos llorando.
CXXIV  Porque nos explicaban cómo había sido el juicio a Jesucristo por ser el rey de los judíos o el hijo de dios o el mesías. Nunca sabía quién era. Los soldados romanos lo habían cogido prisionero en el huerto de los olivos que se llamaba Getsemaní a donde había ido a rezar después de la última cena.
Allí lo había señalado Judas Iscariote dándole un beso en la mejilla. Le habían pagado con treinta monedas de plata y luego se había ahorcado colgándose de un olivo, corroído por su conciencia. Judas más que Judas. Una imagen de un hombre ahorcado ilustraba la historia. Recuerdo cómo contaba Don Eusebio este episodio en la escuela cuando estaba en tercer grado.
CXXV  Porque ¿cómo iba a entender aquello de que se llevan a Jesús el nazareno a Anás y Caifás, y que estos dos sumos sacerdotes judios se lo entregan al gobernador romano Poncio Pilatos, que primero dice que solamente le va a castigar y que luego lo va a liberar, pero que luego se lava las manos y lo manda a crucificar por petición del pueblo… Cómo iba a entender que durante el juicio la gente se riera y le dijera que era el rey de los judíos y entonces había que concluir que: el juicio no era un juicio, sino que era la voluntad de dios de que sucediera así y que su hijo fuera sin remisión al Calvario para liberarnos de nuestros pecados…? Todo un disparate. Tenía ocho años.
CXXVI  Porque dentro de la pasión había algunos episodios que me dolían a mí conforme los oía contar: el castigo inhumano de la flagelación: ataron a Jesús las manos por encima de la cabeza con unas cuerdas gruesas y lo colgaron a una columna de piedra y le dieron cuarenta latigazos por todo el cuerpo. Me imaginaba todo el cuerpo sangrando y herido con las bolas de plomo que llevaba el flagelo de cuero con el que le pegaban y me estremecía, y luego el manto rojo con el que le cubrieron porque había dicho que era rey, y la corona de espinas. Sentía una empatía profunda y dolorida por el abatido Jesús.
CXXVII  Porque recuerdo que todo se volvía en contra de Jesús que iba con la cruz a cuestas camino del monte Gólgota, y cómo el apóstol Simón también llamado Pedro negaba a Jesús por tres veces antes de que cantara el gallo, y Simón Cirineo ayudándole a llevar la cruz un rato y a María y a Magdalena que estaban observando su paso y a Verónica que le enjuaga el rostro y le retira el sudor. Estos episodios se recordaba en lo que se llamaba el vía crucis, que era un recorrido que se hacía en el interior de la iglesia parando en las quince estaciones  en las que se representan: la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
CXXIX  Porque recuerdo la procesión del día del viernes santo en la que, algunas mujeres vestidas de negro y con las cabezas tapadas con un velo también negro, iban descalzas por el centro de la calle arrastrando los pies muy despacio porque seguramente le harían mucho daño las plantas con las piedras. No sé las razones de tanta devoción pero seguramente iban por una promesa o para mortificarse por algo que habían hecho y que ellas solamente lo sabían o para sanar a algún familiar que estuviera enfermo. Recuerdo a mujeres viejas con velas y cirios andando al lado de las imágenes…que daba mucho miedo.
CXXX Porque al día siguiente hasta caer la tarde todo era silencio. Era el sábado santo y Jesús estaba de cuerpo presente, de repente justo al anochecer los chicos mayores salían a recorrer las calles haciendo sonar con fuerza las carracas de madera, haciendo un ruido desagradable, para avisar a los vecinos de los oficios con la cantinela: a los oficios de la iglesia a la hora santa a las diez y media… para que no faltara nadie en el velatorio. Armaban tanto barullo, por el tono de voz con el que gritaban sin parar un instante y por la extraña blancura de la noche que los sumía, que a mí me daba aprensión ir con ellos.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Ciento diez razones

CI   Porque en aquellos primeros años en los que ejercía de buen cristiano, había de tener mucho cuidado con lo que hacía: si me confesaba el sábado por la tarde y comulgaba el domingo a eso de la diez de la mañana, había podido cometer algún pecado. Entonces ya la había liado: no podía comulgar porque estaba en pecado y no comulgar el domingo era pecado y si comulgaba en pecado entonces era un pecado de horrible sacrilegio, que era el peor pecado de todos los pecados. Más de algún día trate de ir a confesarme de nuevo, pero al final no iba porque me daba vergüenza de ser tan pecador.
CII   Porque también en aquellas tardes en las que me daba por pensar en mis cosas con la religión y con recibir el cuerpo de Cristo limpio de pecado, alguna vez me quedaba la duda de si no me había acordado de decirle algún pecado al confesor porque allí en el confesionario nunca me salían de corrido los pecados que me había pensado. Y me sentía en la obligación de volverme a confesar aunque en el último momento me convencía de que dios, como no lo había hecho a propósito, aunque no los hubiera dicho, me los perdonaba igual. Pero siempre me quedaba esa duda que me hacía vivir con esa preocupación.
CIII   Porque en una ocasión en la que no le había dicho al cura un pecado que había cometido: un día había comido algo poco antes de comulgar, cuando me di cuenta de que no se lo había dicho, pensé que no era pecado, porque había pasado el tiempo suficiente, pero me entraron las dudas y al día siguiente también había comulgado y había vuelto a pecar y a la semana siguiente que tampoco me atreví a decirle nada al cura. Recuerdo vivir en una angustia que no se sabe bien si no se ha vivido. Hay que tener una gran entereza para llegar y decir: no se lo digo al cura, me voy a olvidar y que sea lo que dios quiera.
CIV  Porque también estaban la novenas. Que eran nueve días seguidos de ir a la Iglesia por la tarde a rezar el rosario y algunos días a esperar la misa. Los niños íbamos a la novena del Niño Jesús que se hacía los días anteriores al día de Reyes en la que cantábamos villancicos y a la salida nos daban unos boletos para el sorteo de un Niño Jesús de escayola. Pero después estaban otras novenas que recuerdo, a alguna de ellas he acudido: la novena de santa Ana y la de san Antón y de la Inmaculada concepción. Y estaban los primeros viernes de mes y las procesiones del Sagrado corazón de Jesús. Todo muy católico para tener siempre presente a dios.
CV  Porque era tan retorcido el mundo ficticio en el que me metieron en aquellos años, que para mí, lo más importante de las navidades era que llegaban los reyes magos. Había que escribirles una carta para pedirles lo que querías que te trajeran. Y esperar días y días mientras pensabas que les tenías que haber pedido otras cosas mejor que las cosas que les habías pedido. Y mi madre medecía que no se podía cambiar. Y debía de preocuparme de que la noche de reyes pusieran las botas llenas de maíz para la que pudieran comer los caballos y camellos que traían a los reyes. Menos mal que mi abuela Flora estaba en todo.
CVI  Porque ya llegaba la mañana de reyes que era el día que más madrugaba del año, que me levantaba de la cama de un salto aunque hiciera frío, y tenía la sorpresa: los reyes magos nunca me traían lo que les había pedido. ¿Dónde estaba el fuerte con los indios? ¿Dónde estaba el balón de reglamento? Me tenía que conformar porque me decía mi madre que el balón nos llegaría con los puntos del chocolate. Descubrir que los reyes magos eran los padres porque un día en el que ya habían pasado el día de reyes, encontré la carta que yo les había escrito a los reyes en un cajón donde guardaba mi madre los papeles.
CVII  Porque la rueda de la vida seguía: una vez que yo sabía el engaño, tuve que callarlo no fuera que si decía que lo sabía entonces me fuera a quedar sin nada y por responsabilidad tuve que seguir engañando con los reyes magos a mis hermanos. Al año siguiente la noche de reyes había visto que todavía estaba el fuerte en la tienda y se los dije a mi madre para que fuera a comprarlo antes de que los reyes se lo llevaran a otro. Estaba en la pila de la cocina lavándome las piernas como se lavaban antes y poco se pudo aguantar que me soltó una manotada. Se acabaron lo reyes a partir de aquel año: calcetines.
CVIII  Porque recuerdo perfectamente todos mis devaneos con dios es cristo. Lo extraño y oscuro que resultaba toda aquella parafernalia que utilizaban para esconder sus misterios con evocaciones inexplicables y que me dejaban con la inquietud por dentro. Recuerdo al cura subir al púlpito los días importantes y hablar casi gritando y estar escuchando con mucha atención lo que decía. Recuerdo cómo hacía las misas de espaldas, en un altar que estaba lleno de candelabros dorados y de velas que encendía el sacristán poco antes de empezar la misa y que cuando acababa la ceremonia  salía corriendo a apagarlas con un apagavelas. Lo recuerdo todo oscuro.
CIX  Porque entonces se empeñaba mi tía Florentina en que hiciera de monaguillo y me llevaba con ella a la sacristía para que me fuera habituando a ese ambiente de estolas, tullas, casullas y sotanas. Yo atónito ante aquellos arcones altos en los que guardaban las ropas blancas. Solo una vez consiguió que ayudara en una misa, de tan buena suerte que se puso detrás mía y se me caían los mocos, y yo hacía esos ruidos inevitables que se hacen con la nariz cuando salen y no quieres que salgan, y ella, aunque liberó su malestar soltándome algún pellizco, pasó tan mal rato que ya no insistió en su idea.
CX  Porque en aquellos días me sorprendieron los libros que utilizaban en todas las liturgias que se celebraban en la iglesia y que llevado por mi curiosidad los pude ver en la sacristía cuando me quedaba solo esperando a mi tía Florentina a que acabara con sus cosas. Allí estaban escritos los conjuros y los ruegos que decía el cura en misa y que los leía de aquellos libros grandes que el monaguillo ponía encima del altar poco antes de empezar la celebración y que estaban escritos en latín con unas letras grandes de una caligrafía de letras con dibujos con las que llenaban ese libro gordo con pocas palabras. 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Quia, setenta.

LXI Porque en la catequesis hube de aprender el credo: Creo en dios padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra, creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro señor, que fue concebido por obra y gracia del espíritu santo y nació de santa María la virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue: crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y resucitó al tercer día de entre los muertos, y subió al cielo, y está sentado a la derecha de dios padre todopoderoso y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos… Me aprendí de memoria éste que era corto y después otro más largo.
LXII Porque me hicieron confesar siendo inocente. ¿Y de qué me iba a confesar yo en aquellos años…? ¿Qué podía haber hecho de lo que ya me tuviera que confesar y sentir culpable…? cuando además decían que yo era un niño muy modoso y formal que no daba ningún mal a nadie en ningún sitio. No logro entenderlo y además en este mismo momento me desquicia y me desquicia más todavía que alguien pueda pensar que estoy exagerando. Y puedo llegar a perder las formas ante quien quisiera restar un ápice de gravedad a esta actuación de maltrato infantil que no sé si todavía se hace con los comulgantes.


 LXIII Porque la verdad es que repaso aquello, pensando y recordando y que nunca supe qué decirle al cura de qué me confesaba, Creo adivinar ahora que como en la confesión tenía que decirle algo que tuviera alguna trascendencia, aunque fuera pequeña, me inventaba los pecados que había cometido: si había desobedecido a mi abuela, que si he hecho enfadar a mi madre o si no había querido jugar con mi tío Juanito porque me hacía rabiar. En fin pecata minuta. Bueno, esas cosas de niño que al parecer eran pecado para los mayores. Si además repasaba el resto de los mandamientos y ni sabía qué querían decir.
LXIV Porque ahora ya nadie quiere recordar cómo nos hicieron confesar arrastrando nuestra inocencia por el suelo de la Iglesia para tratar de domarnos y sin importarles para nada nuestra dignidad y el quebrantamiento que suponía de nuestra niñez. Aquellos eran otros tiempos, dicen ahora, como si hubiera sido en el año de la maricastaña, y fue como aquel que dice hasta ayer mismo cuando se preocupaba el cura por nuestros pecados, aunque entonces seguro que no le interesara: qué habíamos comido al mediodía o si llevábamos los zapatos con un agujero en la suela o si había algún dinero en nuestra casa.
LXV Porque para poder confesarme me hicieron aprender el: Yo pecador me confieso a dios todo poderoso porque he pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión, por mil culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, por tanto ruego a santa María la virgen y a los ángeles y a todos los santos, para que intercedan por mí ante dios nuestro señor, amén. Tela, tela, tela, ¿cómo se puede hacer esto con un crío…? Esta es una tortura sicológica que sin duda, en ocasiones habrá tenido consecuencias desastrosas para la formación del carácter de las personas alimentando ese complejo de culpa.
LXVI Porque después que hice la primera comunión, para confesarme cada semana, tenía que ir a la iglesia el sábado por la tarde. Si había fiesta en medio de la semana, según los días que hubieran pasado, también tenía que ir la víspera de esa fiesta, porque si no eran muchos días sin confesar y yo era un pobre pecador. En la iglesia me ponía al lado del confesionario de rodillas en un banco y me decían que tenía que pensar en los pecados que había cometido en los últimos días desde la última vez que me había confesado. A eso le llamaban acto de contrición que además no se podía traer hecho de casa.
LXVII   Porque para poder hacer el acto de contrición me tuve que aprender los mandamientos que era muy importante sabérselos bien porque nos los dio el señor para que los cumpliéramos los hombres. Los diez mandamientos venían en el catecismo con un orden exacto jerárquico que había de saberlo de carrerilla. También decía que estos diez mandamientos se encierran en dos: amarás a dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El mandamiento nuevo no entraba entre aquellos: que os améis los unos a los otros como yo os he amados. Lo cantábamos en una canción que ensayamos a coro.
LXVIII  Porque teniendo poco más de siete años, niño todavía, hube de aprenderme de memoria aquellos mandamientos que no entendía. Mandamiento quiere decir que lo que se manda es para que se obedezca sin discutir. Eran los mandamientos que el señor le entregó a Moisés en el monte Sinaí, en las dos tablas de la Ley. Porque dicen las Escrituras que Moisés es uno de los pocos hombres en la historia que ha hablado con dios. Cuando dirigía a su pueblo, subía al monte, hablaba con dios y le decía dios lo que tenía que decir, y bajaba Moisés y le decía a su pueblo que era lo que le había dicho dios para que les dijera.
LXIX   Porque aquellos mandamientos eran tan antiguos y estaban llenos de palabras de las que se usaban entonces que eran muy difíciles de comprender por mí. Palabras que si preguntabas qué querían decir, igual, así como así, te ganabas una buena bofetada. Por lo tanto no quedaba otra manera de aprenderlos que repetirlos y repetirlos una y otra vez: en la catequesis, en casa y en la cama hasta quedar dormido. Y como siendo tan niño no los pude reflexionar porque no los entendía, aprovecho para hacer esa reflexión en estos momentos desde esa nueva perspectiva, en la que sí sé lo que dicen y lo que quieren decir.


LXX Porque como una muestra de las intenciones que tienen los diez mandamientos, el primero dice y manda: amaras a dios sobre todas las cosas. Yo, mi, me, conmigo y para mí. Es importante observar la trascendencia de este primer mandamiento: es difícil y poco creíble ordenar que le amen a uno así porque sí, y entonces para salvar esta dificultad, quien lo redactó en lugar de decir directamente que le amaran a él que no pasaba de ser un hombre con aires de profeta, prefirió la estratagema de decir que se amara a dios en tercera persona, y luego ya diría que dios le decía a él lo que fuera.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Más de cincuenta y nueve

LI   Porque no me cabe ninguna duda de que en mi entorno familiar, estas conductas con las que quisieron educarme con arreglo a los cánones cristianos, las hacían de muy buena fe y por mi bien. Aunque a mí ahora no me parezca lo más propicio, estoy seguro de que todas aquellas personas eran temerosas de dios y no se hubieran perdonado en el caso de que no hubieran cumplido con su deber cristiano de manera adecuada. A aquellas personas, aquellos tiempos y aquellos poderes, les hicieron pensar como pensaban, en definitiva eso era lo que ellas pensaban y si obraron mal yo no se lo puedo reprochar.
LII   Porque todavía era un niño y ya habían compuesto los pilares de la vida ante mis ojos: dios todopoderoso, la iglesia con sus curas y sus monjas, rezar para pedir y dar gracias, y al otro lado: el mal y el infierno. Conocía a todos sus protagonistas: Jesús que era el hijo de dios, la virgen que era la madre de dios y madre nuestra, el espíritu santo que nunca supe realmente quien era y los ángeles que nos defendían con armas y bagajes de todo mal y el demonio siempre atento y acechando. Y la muerte: la muerte de dios que en semana santa se nos mostraba más intensa y cercana, y nuestra propia muerte.
LIII   Porque aunque pueda parecer increíble todo esto lo viví y lo recuerdo siendo niño, muy niño, todavía no había cumplido los seis años y estaba ya tan mentalizado en la práctica de la religión que con mis amigos de la calle en que vivía que eran un poco mayores que yo, me había apuntado a la catequesis, para descubrir la primera comunión. Luego no pude hacerla ese año, porque era muy niño que todavía iba a las monjas, y no tenía la edad del uso de razón, que era un requisito para comulgar y mi madre decidió aplazarla al año siguiente, cuando fuera a la escuela de los mayores con los maestros.
LIV Porque he observado que siendo la religión una opción de adultos sin embargo la iglesia se apodera de la infancia y ya desde el principio hace asimilar a los niños ideas que jamás serían capaces de hacer entender y convencer cuando fueran mayores. De niños cincelan en la mente los cuentos sagrados, las ideas absurdas, es cuando los instruyen con los misterios y el culto que propagan y que poco a  poco acaban pareciendo evidentes en las mentes de los niños y las temerán y mantendrán en su conciencia el resto de su vida, de tal manera que para estas materias ya no consultarán jamás a la razón.  
LV Porque aunque seguramente muchas cosas las he sabido luego, sin embargo, recuerdo bien lo que viví aquellos años en los que iba por mi cuenta a la iglesia que ya era como mi casa. Recuerdo que al poco tiempo y queriendo la iglesia modernizarse en sus formas y en sus maneras de dirigirse a los fieles, dieron la vuelta a los altares y entonces los curas ya celebraban la misa de cara a los feligreses, que hasta entonces no les daba la cara a los asistentes más que en el momento de la celebración. Estoy seguro que también pusieron más luz o corrieron las cortinas de las ventanas porque la iglesia estaba distinta.
LVI Porque ahora, tiempos diferentes, con poderes más repartidos y con un abanico de ideas y pensamientos abiertos al mundo, en determinadas familias se sigue este mismo orden educativo, guiados por la Iglesia Católica que de esta manera amoldan la sociedad a la sumisión y la obediencia. No entiendo esta obsesión que tienen las autoridades religiosas por hacer sufrir al género humano de manera gratuita haciendo que estén pensando en dios y en la cruz y con su proselitismo perpetuo y pretender eternamente que los demás tengamos que pensar como ellos. Como si no tuviéramos otra cosa que pensar.
LVII Porque de aquellos años recuerdo perfectamente el día que murió el papa Juan XXIII. Estaba en el convento de las monjas sentado ante una mesa con revistas o fotografías. No sé porqué, pudiera ser que pasase allí muchas horas. Era poco antes del mediodía cuando entró una de las monjas llorando porque se había muerto el papa. Aquello me dejó por primera vez impotente ante un problema. Qué podía hacer yo para que no llorara aquella mujer salvo ponerme a llorar con ella para acompañarla. Luego me enseñó alguna foto de alguna revista de las que había en la mesa: un señor mayor gordito con gorro.
LVIII Porque ya me iba haciendo mayor y poco antes de comulgar, ya me tenía que hacer responsable de mi conducta religiosa por mí mismo. Los domingos iba a oír misa sin ser acompañado por ninguna persona mayor. Eso sí, cuando poco después de que se acabara la misa mayor llegaba a casa de mi abuela y me preguntaban qué había dicho el cura en el sermón desde el púlpito, ya estaba perdido ¿cómo iba a entender lo que decía el cura con esos hablares tan rimbombantes que tenía y que además siempre parecía estar enfadado? Hay que estar atento a lo que dice el cura me decía mi abuela.
LIX Porque ya tenía seis años y ya iba a la escuela con Don Luís Pérez al segundo grado. Mi tío Rafael había dicho que todo lo que tenía que aprender en el primer grado: ya me lo sabía, y como era autoridad de Falange pues pasé al grado siguiente. Allí con chicos que eran al menos dos años mayores que yo aprendí a multiplicar y dividir. Las primeras lecciones de la religión católica sin embargo las aprendí en las catequesis para la primera comunión y como fui dos años seguidos aprendí muy bien al menos todo lo que concernía a la confesión que era lo más importante para no comulgar en pecado que era un sacrilegio.

LX  Porque, para poder hacer mi primera comunión. tuve que acudir a la catequesis que se daba algunas tardes durante la primavera desde antes de que empezaran las vacaciones de semana santa en la escuela, y hasta que llegaba el día de la Ascensión. En esta catequesis en la que nos enseñaban algunas mujeres catequistas las cosas de la religión, hube de aguantar el mal genio de mi tía Rosalía y sus amenazas veladas de que no podría comulgar si no estaba preparado para recibir a dios nuestro señor. Como era mi pariente, se tomaba como una cuestión familiar que yo me supiera la doctrina mejor que nadie. 

lunes, 5 de septiembre de 2016

Van cincuenta.

XLI   Porque aprovechando la credulidad que se tiene cuando uno es niño y está empezando a ver el mundo que le rodea, un mundo donde todo aparece extraordinario, nos decían los mayores que en el cielo estaban los ángeles y que todos los ángeles eran espíritus perfectos creados por dios para que fueran sus acompañantes en el cielo y gozar con él de su presencia y participar de su felicidad. Con esa excusa me hablaron de que el cielo estaba muy poblado por los ángeles y los querubines y los serafines, que estos ya no sé quienes eran pero que recuerdo que aparecían en la peana de Santa Ana.

XLII   Porque por otro lado me hablaban del demonio. Me contaban que al principio de los tiempos cuando todavía no había empezado el mundo, el diablo era un ángel bueno pero que con otros ángeles se habían convertido en ángeles malos. Estos ángeles malos se habían enfrentado a dios porque querían más poder celestial que ningún otro ángel, se dejaron llevar por su orgullo y su ambición y su deseo y se rebelaron contra dios queriendo quitarle su cetro en el cielo. Como consecuencia de su rebelión fueron expulsados del nivarna después de la batalla, en la que al parecer usaron espadas, lanzas y tridentes.

XLIII   Porque de una manera u otra, siendo todavía muy niño, fui conociendo lo malos que eran los ángeles malos a los que llamaban demonios o diablos. No sé porqué, pero ya me dijeron dónde vivían: en el infierno, que yo entonces me hacía una idea que estaba en el centro de la tierra. Se llamaban: Lucifer, Satanás, Belcebú, y dios les había mandado que recogieran de la tierra a todos los hombres que eran malos para que no fueran al cielo. En realidad nunca supe cuántos eran los demonios jefes: si era uno o era un triunvirato, lo que si tenía claro es que eran legión y que también estaban al acecho en todas las partes.

XLIV   Porque tanto hablar de los demonios, nos decían que tenían cuernos y rabo y eran colorados y feos, que yo pensaba que cualquier noche se iban a aparecer al lado de mi cama para decirme tentaciones y llevarme con ellos al infierno. Porque a Satanás y sus ángeles amigos, que ya no eran ángeles sino que eran demonios, dios les había encargado entonces, que se dedicaran a tentar a los hombres y a comprar su voluntad otorgándoles la eterna juventud y convencerles para que dejaran de amar a dios. Así dios siempre nos tenía a prueba a los hombres y mujeres, a los niños y niñas con la tentación del demonio.


XLV   Porque sobretodo solamente podía vivir tranquilo si me hablaban de mi ángel de la guarda, si me creía de que en la tierra siempre lo tenía detrás de mí aunque no lo viera. Un ángel bueno que estaba para salvarme de todos los peligros que me acechaban. Yo no me lo podía creer, pero me lo creía, porque me convenía, sabiendo como sabía, cuántos peligros corría y sobretodo si me defendía del demonio cuando estaba durmiendo. Y me contaban historias de niños a los que cuando estaban a punto de morir porque se iban a caer a un agujero iba el ángel de la guarda y lo cogía antes de caer y entonces no se morían.

XLVI   Porque me acuerdo perfectamente de don Pablo, que era el párroco del pueblo y andaba envuelto en una sotana negra que le escondía los zapatos. Un hombre mayor con una coronilla en la cabeza que daba miedo y que cuando me veía me pasaba sus manos sobre mi cabeza. Y recuerdo a don Joaquín que casi nunca se le veía por la calle. A don Juan José que era muy joven y venía a casa de mi abuela. Y a don Jesús, el cura más importante que he conocido. Era mi tío, había que mirarlo con más respeto y darle un beso. Todos hombres muy serios y lejanos, que cualquiera pudiera pesar que eras el mismo diablo.

XLVII   Porque también recuerdo que un día estábamos jugando unos cuantos críos en la puerta de la iglesia del pueblo, a un juego al que llamábamos el truco. Nos colocábamos cada uno en uno de los pilares, puertas de los que conformaban el porche, siempre uno menos de los que estábamos jugando, todos pasábamos de un truco al otro y el que no tenía, hacía por llegar antes que el que se cambiaba. Teníamos que estar muy atentos y rápidos, pero no hacíamos mal a nadie, ni profanábamos un lugar sagrado, ni molestábamos a dios. Pasó Don Pablo y se enfadó mucho con nosotros, se puso como un basilisco.


XLIX   Porque como nosotros éramos unos críos que estábamos jugando y estábamos a lo nuestro y pudiera ser que no le dijéramos nada al párroco. El hombre con actitud severa, se puso en medio del porche y nos conminó a que nos acercáramos, nos llamó la atención y nos hizo que le besáramos la mano y a los dos últimos les soltó dos bofetadas a traición, que a esas las soltaba como nadie. Los niños quedamos atónitos y además de sentirnos indefensos ante la ira del cura, también quedamos con un sentimiento de culpabilidad, que a la postre, era de lo que se trataba: saber cómo había que sufrirse la Iglesia.

L  Porque en la iglesia, en las monjas y en nuestra casa, nos conminaban a dar besos a todo, y no solo a las abuelas y a las tías que era lo normal porque ellas venían a por ti en cuanto te veían, sino también al cura en la mano. Y besos a las estampas de las vírgenes y de los santos que nos enseñaban y que las guardaban en la cómoda como si fueran reliquias, a las figuras de las vírgenes y de los santos que también la tenían por todos los sitios, al niñito Jesús que lo sacaban de su canastilla como si fuera un bebé de verdad, y a los escapularios que llevaban las mujeres en el pecho.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Ya son cuarenta

XXXI Porque aunque decían que la Virgen María era la madre de todos nosotros y a ella había que invocar con nuestras oraciones si queríamos llegar a dios por el camino más corto, no obstante también me enseñaron el Gloría para que les rezara a todos los dioses a la vez, aunque en verdad solo era uno, más que nada para por si acaso, que nunca se sabe, y rezar no hace mal a nadie, que se sepa. Gloria al padre. Gloria al hijo. Gloria al espíritu santo… Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. Todo es para siempre y quienes lo rezaban con más devoción ni lo entendían.


 XXXII Porque además: cualquier ocasión era oportuna para en casa rezar el rosario en familia, que bien poco me costó entender aquello de las cuentas, aunque cuando yo contaba, a veces se me olvidaba pasar alguna o avisar del gloria y entonces me quitaba mi abuela el rosario de cuentas de la mano. Y se rezaba para que cuando pasara lo que pasara, no pasara, o pasara lo mejor que pudiera pasar. Si se rezaba un rosario al menos así pasaba la tarde en ese rato en el que habiendo anochecido todavía era pronto para cenar. Y era una forma de coger el sueño si agobiado en la cama no era bastante con rezar un poco.

XXXIII  Porque si ibas a la iglesia a rezar el rosario antes de que empezara la misa, a lo mejor era un cabodeaño, también había que rezar las letanías a la virgen. Desde el primer Señor ten piedad, hasta el último: para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo podría repetirlas todas: Madre inmaculada, madre amable, madre admirable, madre del buen consejo, madre del creador, madre del salvador, madre de misericordia, madre prudentísima, madre digna de veneración, madre digna de alabanza. A cada letanía se contestaba: ruega por nosotros solo las mujeres mayores decían ora pro nobis.


XXXIV  Porque me decían que tenía que rezar para tener a dios presente y que dios estuviera atento a mis cuitas. Todas estas oraciones las recuerdo todavía. Las habré repetido millones de veces de forma autómata y quedaron grabadas en mi memoria. Lo cierto es que ahora las entiendo, pero recuerdo que de niño me parecían algo así como un trabalenguas parecido a otro que me enseñaba mi abuelo José que era menos de misas: pan y pan y pan, pan y pan y medio, cuatro medios panes, tres panes y medio cuántos panes son. Y yo contestaba: ¡nueve! porque lo sabía y así me daba un caramelo de la tos.



XXXV   Porque no hay respuesta que justifique que se eduque desde la infancia en la necesidad, sino en la obligación, de tener a dios presente cada día y se pueda hacer a los niños que recen hasta el aburrimiento para pedirle a dios. Según la propia doctrina que predican, dios sabe bien cuales son las necesidades del niño, y tendría que faltarle el tiempo para satisfacerlas y por lo tanto no habría molestia de rezar. Pero sin embargo, se mantiene la obligación de rezar y si no es para pedir, que no siempre hay que ser tan pedigüeños, hay que rezar para darle las gracias a dios por cualquier cosa que fluya con normalidad.



XXXVI   Porque no solo eran las oraciones que había que rezarlas con los ojos cerrados, y muy a lo que estabas, sino que también había que tener un comportamiento acorde con el momento de rezar y estar con dios. Allí en la iglesia para estar como dios quería que estuvieran sus hijos, me enseñaron a poner las manos juntas por las palmas en el pecho y a estar serio y aburrido: circunspecto. Además hube de aprender a arrodillarme cuando me debía arrodillar. Estando en la iglesia había que saber cuándo se podía estar sentado, cuando había que ponerse de pie o ponerse de rodillas aunque nos hiciera daño.

XXXVII  Porque me enseñaron a persignarme, ahora no sé con certeza de qué se trataba, pero quiero recordar que pudiera ser el gesto de hacer una cruz en la cara a la par que se hacía una genuflexión al pasar por delante del altar mayor de la iglesia y saludar a Cristo y al sagrario con respeto. Pero persignarse también era un gesto que hacían las mujeres cuando salían por la mañana de sus casas y que ahora me hace gracia que lo hacen algunos futbolistas cuando entran en el campo de fútbol o cuando meten un gol. Son de esos gestos que se hacen casi automáticamente y que a la par de que no sirven de nada dicen mucho.

XXXVIII   Porque cada vez que entrábamos a la iglesia había que ir a buscar el agua bendita. Con el agua bendita en los dedos índice y corazón hacer una cruz: la primera en la frente, en los hombros y en el pecho. El agua bendita que mojaba los dedos había que ofrecérsela a quien nos venía acompañando, aunque si eran mis tías ellas eran las que me daban el agua directamente a mis dedos con un manotazo. Menos mal que el monaguillo de escayola que había al lado de la pila de agua bendita te miraba con una sonrisa. Era la única sonrisa que se podía ver en la iglesia. Lo demás era serio, muy serio.

IXL  Porque en la iglesia de mi pueblo, en medio de la nave, había bancos para sentarse, los hombres a un lado y las mujeres al otro, aunque los hombres casi todos estaban de pie y les gustaba estar al fondo porque entraban tarde y así no los veían sus mujeres llegar. Había en los laterales una especie de sillas que se llamaban reclinatorios y que cada señora tenía el suyo para rezar. A mí me gustaba pasarme de un reclinatorio a otro a leer las iniciales de la dueña que estaban escritas con unas chinchetas doradas clavadas. Ahora sé que a la iglesia muchas personas asistían obligadas, para tener papeles de afección al régimen.

XL  Porque en los laterales del altar de la iglesia de mi pueblo, allí arriba, encima de unas peanas sujetas a la pared, muy altas y adornadas, estaban representados los arcángeles: Gabriel, Rafael y Miguel. Eran los jefes de los ángeles que tenía dios en el cielo. Eran como las personas pero con unas alas grandes en la espalda que a lo mejor serían para poder volar a la tierra desde el cielo. Miguel estaba representado con un tridente tirando a un demonio a un abismo desde el cielo. Observar estas imágenes era una manera de entretenerse y pasar el rato para sufrir paciente los latinajos en los que se decía la liturgia.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Hasta la treinta.

XXI     Porque además, algunas personas mayores me explicaban con detalle qué pasaba cuando te morías. No sé si a lo mejor era que yo preguntaba si era un niño impertinente y curioso que quería saber todo. Y para explicarme cómo sucedían las cosas, me hablaban del alma que todos tenemos, aunque no sintamos que la tenemos porque está como desparramada por el cuerpo. Luego me decían que el alma se separaba del cuerpo y así sin que nadie la viera ni la sintiera, subía al cielo. Pero si eras tan niño o tus padres no te habían bautizado, entonces el alma iba al limbo de los justos. Yo menos mal que estaba bautizado.

XXII    Porque seguramente, que siendo solamente un niño, eran tantas las cosas extrañas que me rodeaban y que me llamaban la atención que yo seguía preguntando sobre lo que veía y quería entender y no entendía y salir de esas incertidumbres que no dejan de parar en la cabeza. Y entonces preguntaba cómo era el cielo, que aunque parezca mentira, era un lugar común en las primeras frases dirigidas a los niños, y me decían que era un sitio muy bonito al que iban los niños buenos en el que se estaba muy bien pero no me explicaban nada más salvo que al lado estaba el infierno y allí, allí sí que se estaba mal.
                        
XXIII     Porque recuerdo pasar el viático por el centro de las calles de mi pueblo. Un cura con sus galas y perifollos, escoltado por tres monaguillos, una cruz en alto y dos velas en los candelabros de diario, llegaba a las casas de los moribundos haciendo sonar despacio las campanillas a su paso y llevando la extremaunción a quien se estaba muriendo. Que había que subirse a la acera y hacer una genuflexión y santiguarse cuando los veíamos llegar por la calle y estar con respeto mientras pasaban. En la casa al enfermo le untaban la frente y los labios con un óleo. Y es que no sé cómo pero al final me enteraba de todo.

XXIV    Porque después llegaban los lutos que eran tenebrosos. Las mujeres que habían tenido un muerto en su familia iban vestidas de negro por lo menos un año y después otro año de alivio, menos si eras la madre del muerto, o la esposa, que entonces a lo mejor era ya para toda la vida, porque además un luto se empalmaba con otro luto, y así no había manera de dar una alegría al cuerpo porque además el vestirse de colores, no sé si era pecado pero estaba mal visto. Cuando venían estas mujeres a ver a mi abuela hablaban muy bajo bisbiseando que parecía que iba a llegar otra muerte por debajo de la mesa camilla.

XXV     Porque aunque había algunos acontecimientos festivos que había que celebrar sin faltar y con la debida seriedad y devoción, había otros actos religiosos de obligado cumplimiento y de especial significado y sentimiento que había que celebrar en familia. Recuerdo el día de todos los santos que era fiesta de guardar y el día de los difuntos que no eran santos. Eran los días de las ánimas. Con los amigos ese día en lugar de ir a jugar, íbamos  al cementerio a visitar las tumbas donde estaban enterrados nuestros familiares y ver las flores y rezar un padrenuestro y tres avemarías y hablar un poco recordando.

XXVI     Porque en la educación que nos dieron a la generación a la que pertenezco, en realidad es la última que se educó en la escuela de la dictadura franco católica, en aquella cultura diaria con la que nos impregnaban, la muerte siempre rondaba alrededor nuestro vivir como una posibilidad que debíamos temer. Y en ese ambiente de emoción y temor que ofrece la muerte nos llevaban a sentir a dios. Porque ya desde niños me educaron en torno a la muerte porque en cualquier momento me podía morir y por tanto había de estar siempre libre de pecado para que la muerte no me cogiera desprevenido.

XXVII    Porque yo lo intuía hacia años, cuando rozaba la adolescencia y quizás ahora de viejo lo veo con más claridad que nunca: desde intereses espúreos todos los que soportaban el poder terrenal, le daban a la muerte mucha más importancia de la que aún siendo mucha, en realidad tenía, y desde su doctrina nos convencían a todos de que aquí estábamos de paso, y que las obras de nuestro paso trascendían hasta la eternidad y que la eternidad es un espacio inmenso de tiempo inescrutable en donde una vida era un suspiro. Al final todo residía en si el alma iba al cielo o no iba al cielo, si estabas en gracia de dios o no.

XXVIII     Porque además de la muerte que ahora me doy cuenta es lo que más grabado ha quedado en mis primeros recuerdos, en casa: la religión era el pan nuestro de cada día porque en mi familia éramos muy católicos apostólicos y romanos. Con la madre, con la abuela, con las tías, cualquier ocasión era buena para ir a la iglesia a rezar o estar allí con ellas porque tenían que confesarse. Una Iglesia que entonces era muy grande y oscura y tenía muchos altares con muchas velas apagadas y me llevaban siempre cogido de la mano para que no me entretuviera mirando a todas partes. San Antón y el tocinico.

XXIX      Porque lo último que hacía cada noche era rezar: Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón ángel de la guarda dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día. Niños durmiendo en sus camas desamparados. Aquella otra siendo un poco más mayor. Con dios me acuesto con dios me levanto con la virgen María y el Espíritu Santo. Si no hacía mucho frío de rodillas encima de la cama. Aunque en las estampas nos enseñaban que los niños rezaban de rodillas en el suelo apoyando sus codos sobre la cama y las manos juntas por las palmas apoyadas en la barbilla.

XXX      Porque ya de muy niño también me enseñaron a rezar el Ave María. Una oración en la que se invoca la visita que le hace el arcángel Gabriel a la virgen en el momento de la concepción. Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Y después se para un poco y se seguía: Santa María madre de dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Y esta oración había que rezarla muchas más veces que el padrenuestro porque la virgen intercedía por nosotros ante dios y ante su hijo Jesús. 

martes, 16 de agosto de 2016

De la once a la veinte.

  XI.      Porque estas mujeres, apoyadas desde mi casa en un afán familiar por aplaudir mis progresos, muy pronto me enseñaron a santiguarme: por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos líbranos señor dios nuestro, en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo, amén. Así, con el dedico haciendo cruces: la primera en la frente, la segunda en la boca y la tercera en el pecho, y la cuarta en el cuerpo entero y para acabar un besico en las puntas de los dedos pulgar e índice como haciendo con ellos una cruz. Era un reto en el que había que tratar de interiorizar la cruz que luego se hará presente para siempre.

XII.      Porque allí en la escuela de las monjas, mi segunda casa durante tres años, todo giraba alrededor de la virgen María y el niñito Jesús y el Ángel de la guarda. Yo estuve siempre abajo, con Sor Juana. Me acercaba a su mesa, de la que la mujer que tenía un defecto físico en la cadera se levantaba en muy pocas ocasiones y allí me explicaba y veía. La mesa la tenía repleta de: imágenes, fotografías, estampas y figuritas religiosas, y había: unas figuritas de barro que tenían en la cabeza una ranura, que representaban a los negritos y a los chinitos que había que cristianar y por los que había que pedir cada año.

XIII.      Porque siendo muy niños, un día al año, como un aliciente para nuestra infancia celebrábamos el día del Domunt. Podía ser el último domingo del mes de octubre y nos ponían a pedir a los críos. Y salíamos los más pequeños con los chicos un poco más mayores a recorrer las calles y las casas con las huchas, unas latas que había que llenar de monedas, y después había que llevar todas las huchas a la iglesia para que las recogiera el cura. Era para que la iglesia católica tuviera dinero para las misiones de los misioneros que estaban evangelizando el África negra y el Asia amarilla vestidos de blanco.

XIV.      Porque ya enseguida habíamos de aprender a rezar y las mismas monjas me enseñaron a decir de memorieta el padrenuestro. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal. Amén. De niño hube de aprender esta retahíla sin sentido, y seguramente, esta retahíla, la mayoría de los mayores también la repetían como un trabalenguas.

XV.      Porque era una formación, una deformación, un adoctrinamiento en las cuestiones religiosas de nuestra consciencia y de nuestra inconsciencia infantil, a la que nadie ha dado ninguna importancia, pero que estoy seguro, que a la larga no nos ha favorecido a nadie de los que la sufrimos. Y es que en realidad nos llevaban a un punto en el que los niños no pensábamos otra cosa que ser misioneros de mayores y las niñas en ser monjas. Veíamos el mundo tan falto de esa esencia que nos enseñaban que soñábamos con ser los adalides de cambiarlo y luchar contra el mal que nos tentaba a todos. 

XVI.       Porque con esta educación que recibimos en aquellos años que oscurecieron nuestras cortas vidas, allí, en aquella escuela de monjas franciscanas, era una congregación francesa, tiempo en el que trataron de iniciarnos en la vida, hasta en las cuestiones más sencillas, cuando trataban de corregir nuestra conducta infantil y nuestro comportamiento, apelaban a la religión y se pasaban el día diciendo que aquello que hacíamos mal, no le iba a gustar ni a dios ni a la virgen. Y también cuando trataban de entretenernos era muy socorrido contarnos cuentos de los santos y de los ángeles y de los niños mártires.

XVII.      Porque ya en aquellos tiempos que recuerdo y lo recuerdo perfectamente, estas monjitas, además de quitarnos los mocos apretando nuestras narices con sus dedos protegidos por un pañuelo hasta hacernos daño, que nos hacían daño hasta cuando se los quitaban a otro, también me hablaron por primera vez de los pecados para que ya lo supiéramos diferenciar y no pecáramos por desconocimiento. Pecados veniales: portarse mal, desobedecer a los padres, y de los pecados mortales que eran los de robar o matar y estaban también los de horrible sacrilegio que eran los más graves pero que no nos decían cuales.

XVIII.       Porque allí en aquellos primeros años de nuestra vida, en aquellas monjas se centraba toda la educación que se nos daba a los niños, porque en casa las cosas no pasaban más que de comer a las horas y salir a jugar a la calle y un poco hacer los deberes que por aquellos años salvo repasar con la madre las oraciones pocos más había. Y en aquella escuela aunque la doctrina decía: Dejad que los niños se acerquen a mí, recuerdo perfectamente, aunque a mí nunca me tocaban, cómo les pegaban a algunos niños: sor Juana con la caña y sor Vitoria con el llavín. Los castigaban a que les colgaran los mocos en el rincón.

XIX.      Porque enseguida, ya no recuerdo si en un sitio o en otro o en todos a la vez, nos hablaban de las cosas más trascendentes de la vida: la muerte. Y muchas muertes de mi entorno más cercano, aunque fueran de personas que yo no conociera, las recuerdo como si hubieran sido ayer: ¡ay que se ha muerto tal… el pobre… o cual… que dios lo acoja en su seno! Y recuerdo que por unos días, por la noche pasaba el primer rato a oscuras en la cama: muerto de miedo. De una forma u otra siempre rodeándonos de peligros de muerte y de pecados que nos podían mandar al infierno: a las calderas de Pedro botero.

XX.      Porque me acuerdo como si hubiera sido ayer de la muerte de Casto Yubero. Yo tendría unos siete años. Estaba en casa de Ernesto jugando con su hermana en la semipenumbra de la cocina. Ernesto era monaguillo y vino del cementerio de ayudar al cura en la última palabra al enterrar a Casto que lo había arrollado un tren, y nos contó cómo había sido el enterramiento. y que habían venido al entierro muchos compañeros ferroviarios que gritaban: ¡Adiós Casto hasta la eternidad! El terror que arrastraban las palabras balanceaba la bombilla que colgaba del techo. Me costó muchas noches conciliar el sueño.

jueves, 21 de marzo de 2013

Las diez primeras razones


  I    Porque ya desde que nací, el día 8 de Octubre del año 1957, creo que no me respetaron. Llegué al seno de una familia muy católica y como era costumbre en aquellos tiempos, no fuera a ser que me muriera prematuramente, me bautizaron nada más nacer, siendo mi padrino el tío Juanito, hermano de mi madre, y la madrina mi tía Niní que era hermana de mi padre. Era lo preceptivo. Aquellos tíos míos, al contestar volo, se comprometieron a cuidar de mí, si algún día mis padres faltaban y la verdad es que luego no estoy muy seguro de que no estuvieran arrepentidos.

II   Porque en mi llegada, más o menos deseada o esperada, nadie dio tiempo al tiempo, porque en su convencimiento ni siquiera se hubieran permitido pensar en la posibilidad de que yo tuviera edad para decidir ante un aspecto tan importante para mi vida, como es poder escoger: en qué y en quién, pudiera llegar a creer siendo mayor y teniendo mi propio criterio. Pero la realizad es que la naturaleza no deja a nadie escoger familia y el entorno cultural y social al que se llega tiene por quien nace todo decidido. Y el nombre era el que te ponían en la pila bautismal cualquiera que fuera el que se inscribiera en el Registro.
III   Porque no solamente decidieron aquel día por mí, si no que, aprovechándose con naturalidad de que era un recién nacido que no podía oponer ninguna resistencia, y más todavía teniendo en cuenta la prueba de amor que me mostraban forjándome católico cristiano, sino que además, me inscribieron en un libro que está depositado en la casa parroquial y que todos los años lo firma y rubrica el señor arzobispo, para dar fe de que soy católico y que por eso le llaman al libro de la fe bautismal. De pequeño llegué a dudar si era más determinante para cumplir años: mi fecha de nacimiento o el día en el que me bautizaron.

IV   Porque nací después de que a mis padres les hubieran avergonzado en su conducta por haber pecado al haberme concebido antes de contraer católico matrimonio. Esta circunstancia, aunque yo ya la intuía, me la confirmaron pasados más de cincuenta años, se consideró como una gran desgracia familiar, una tragedia, y no por una cuestión de honor, ni por diferencias familiares, que a lo mejor también, sino por haber pecado contra los mandamientos de la santa madre Iglesia ya que afectaba de lleno al sexto. El problema no era traer un nuevo ser al mundo sino cómo y cuándo se había concebido.

V   Porque, aunque yo no sé muy bien cómo ocurrió todo aquello, más que nada porque no había nacido, estoy seguro,  sin ninguna duda, de que mis padres llegarían al punto en el que  tuvieran que confesarse ante dios por la falta, por el pecado que habían cometido y debieron arrepentirse por haberme concebido. Y seguro que el cura no fue condescendiente con ellos. A los pocos meses hicieron una boda muy triste, posiblemente de madrugada. Era el 15 de mayo de 1957 un día en el que al parecer nadie de la familia estaba totalmente feliz y satisfecho como es preceptivo estar en un día tan señalado como ese.

VI   Porque entre unas cosas y otras, se vivía en aquellos años con unas costumbres morales que subrepticiamente la religión imponía con el terror de las pistolas y la sutil vigilancia de los vecinos, que después de haber ganado la guerra civil, se habían instalado en los ojos de la calle. Habían abatido un periodo de luz en el que se había iniciado: la emancipación de la mujer con ese aspecto de la liberación sexual y la igualdad en su condición civil y política entre los sexos, rasgando la sutil dependencia del padre o del marido santificada: por el honrarás a tu padre y la fidelidad  en el matrimonio.

VII   Porque la vuelta durante la paz franquista a la moral cristiana, no admitía que la mujer tratara de ser en la vida algo más que una mujer virgen y casta que se entregaba por primera vez a su marido después de ser bendecida en santo matrimonio y que después se dedicaría a sus hijos con la cabeza bien alta. Saltar esta norma no era ningún delito pero entre palabras y miradas, conllevaba un rechazo social importante que pretendía arrastrar a la pecadora hasta la vergüenza, y ya en el primer momento, le robaba el derecho de tener una boda con arreglo a los cánones establecidos.

VIII   Porque los hijos, entonces y ahora, los manda dios. Luego ya de niño vas viendo la vida que te rodea y un día, te asombra la barriga gorda de tu madre y entonces, no sé porqué razón, pudiera causar bochorno, pero  nadie quiere decirte que tú, antes de nacer, también habías estado en el vientre de tu madre, y mucho menos, quién era el insensato que te iba a decir por dónde habías salido. Como han sido siempre tan sucios los tapujos con los que la iglesia trataba de ocultar todas las cuestiones sexuales, sirva este ejemplo ingenuo: a mí como a todos, nos dijeron que la cigüeña traía a los niños en el pico.

IX   Porque más tarde ya seguramente con tres años, aunque estos recuerdos se esconden en lo viejo, hay pequeños detalles que recuerdo con alguna claridad. Me llevaron a la escuela de las monjas que había al final de la calle en la que vivían mis abuelos maternos y a la que llevaban a todos los niños del pueblo desde inicios del siglo. Es posible que fuera al encarar el otoño del año 1960. He de agradecer que aquellas monjas me cuidaran y me enseñaran a leer y escribir, pero habrá que reconocer que sin duda su principal objetivo no era ése, sino pulirme desde niño y hacerme un buen cristiano.
X   Porque desde niño, y a la par que me enseñaban que la m con la a era: ma, y la p con la a era: pa, y ma ma,  y pa pa, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer, todas las mujeres que me rodeaban y que me atendían, trataron de convencerme de que dios existía, y de que la existencia de dios era lo más trascendente de mi vida. Lo hacían como si fuera la tarea más importante de sus vidas  y me advertían a cuenta de cualquier cosa que dios estaba en todas las partes y que veía todo lo que hacía. Es muy posible, que ya entonces, todo aquello no me lo pudiera creer, pero sin duda que me lo creía.

lunes, 25 de febrero de 2013

Prólogo a las mil razones por las que no creo en dios

 
En la actualidad, existo con más de cincuenta años: hambrientos, sedientos y vitales, y considerándome ateo desde la adolescencia, puedo comprobar, sin que pueda hacer nada para evitarlo, que las religiones en general y en concreto: el cristianismo y el catolicismo, religiones que imperan en el lugar en el que vivo, con su influencia social, su permanente propaganda y su agresivo proselitismo, con la excusa de dar testimonio de la existencia de dios, agotan: el pan y el agua con el que se alimenta poco a poco la libertad de la sociedad, y veladamente, aunque me mantenga apartado de sus irradiaciones y mentiras, me van dejando sin aire para respirar.
 

Ayer estuve en la consulta médica y allí sentado, escuchando los remedios para mis males, de labios de la médica que lucía un crucifijo en su cuello, aunque sin duda está en el ejercicio de mostrar su creencia: me ofende. ¿Cómo puede uno confiar en el conocimiento científico de un creyente y cómo puede un médico hacer ostentación de su creencia si sabemos que cuando hay contradicción entre su moral religiosa y la ciencia y las posibilidades de la ciencia… se pondrá en conciencia del lado de la moral religiosa…? Y me asusta porque esas formas no son las propias de un servicio público que está soportado en el saber, y en el conocimiento. Y ¿alguien se imagina si al auscultarme el pecho la doctora se hubiera encontrado colgado un crucifijo partido en dos, como si lo hubiera roto, para demostrar y dar testimonio de mis creencias...?

Cuando tengo noticias de que algunas maestras de la escuela pública siguen trasmitiendo a los niños todas las retahílas de la iglesia Católica e incluso cuando conforman sus vacaciones de acuerdo con las festividades de la liturgia católica, me exacerbo nada más que de pensar que ya están preparando la sementera cuyo fruto recogerá durante al menos una generación más, porque siguen sembrando: sus mentiras y sus fábulas, en las mentes más limpias: en las conciencias de los niños.

En esta obra en la que expongo las primeras mil razones por las que dejé de ser cristiano católico, por las que dejé de creer en cualquier dios, razones que de paso me han dejado inmunizado para ser creyente de cualquier otra religión que me quisiera captar con sus arengas, ando por las diferentes etapas de mi vida recordando cómo me iba afectando la religión en cada momento y cómo la fueron inyectando en el centro de mi percepción y de mis sentimientos, aunque todavía pueda contar que mi razón opuso resistencia. Ahora con mis razones no solo me defiendo si no que también trato de propagarlas.

Alguna de estas razones, por sí sola, puede ser razón suficiente para abandonar cualquier secta religiosa. Todas están redactadas recorriendo la experiencia vital por las que dejé de ser cristiano desde una visión en la que se puede percibir esa idea que desconocemos de la iglesia católica y de su práctica social. Todas estas razones las redacto como una provocación a la que me veo obligado para que me dejen de tratar como si fuera un tonto sin sentimientos ni entendederas, un estúpido que atenta contra las leyes básicas de la naturaleza. También: para que los propagadores e inductores, con estas razones, queden señalados como lo que son: unos embusteros que desde los púlpitos y sin sonrojarse, tratan de hacer verdad las grandes mentiras que han repetido a lo largo de la historia y con las que han controlado el mundo.

Son todas, razones tan importantes, que he tratado que cada una de ellas no tenga más extensión que nueve líneas, puesto que entiendo pueden ser suficientes para que caiga por su peso, y que cada razón no exceda de cien palabras sencillas escritas de seguido y presentadas sin necesidad de consultar en ningún sitio, como si fuera un catecismo a favor de la desaparición de las religiones y las preces del funeral de dios. Están expuestas de manera tan escueta y sencilla para que nadie pueda decir que son razones enrevesadas y de difícil entretenimiento, razones para  las que no hay que dar más explicaciones que las trascritas y con las que de ninguna manera se pretende despistar y aturdir al lector y en todo caso llevarlo al precipicio en el que pensar.

A esta edad, tengo el convencimiento de que las religiones en general son las piedras angulares que han impedido a lo largo de los siglos que la humanidad avance a estadios de más humanidad y también creo: que si en algo ha mejorado la humanidad en este tiempo, que sin duda ha mejorado, ha sido a pesar de ellas y sin querer hacer de pájaro de mal agüero creo que tratarán de hacer todo lo posible por seguir mintiendo y manipulando a las gentes buscando siempre la sombra del poder político que más les convenga.