miércoles, 28 de septiembre de 2016

Bien, ochenta.

LXXI   Porque en el segundo mandamiento tampoco se olvida del: yo, mi, me, conmigo, y dice: no usarás el nombre de dios en vano. Dios exige el respeto para sí mismo sin tener nadie conciencia de si en realidad existe puesto que nunca nadie lo había visto hasta aquel momento en el que entregó las tablas. Y solamente lo vio Moisés. Pero es fácil pensar que vuelve a ser otra estratagema para que nadie pueda usar el nombre de dios: ni para bien ni para mal, sino que solamente tiene derecho a usarlo el representante de dios en la tierra: nombrado a sí mismo por sí mismo, envuelto en mil embustes y prodigios.
LXXII   Porque el tercero dice: santificarás las fiestas. Pero cuidado: las fiestas a las que se refiere son las que se hacen en atención, alabanza y adoración a dios. Fiestas que siempre han existido en las comunidades humanas alrededor de los equinoccios y solsticios, y que posteriormente se han trasformado en las fiestas que soportan la tradición católica y que ya no existen. Fiestas paganas dicen que eran. Aquellas que no han sido religiosas o no han podido sostener un contenido religioso han sido perseguidas a lo largo de la historia. Y además planificaron las fiestas para que todo en el mundo se paralizara: para alabar a dios.
LXXIII   Porque el cuarto mandamiento con apariencia de ser tan razonable como inocuo dice: honrarás a tu padre y a tu madre. Se olvida de la otra parte que también es importante: honrarás a tus hijos y a tus hijas. Se habla de la familia y de los ascendientes y descendientes, pero el hecho de que no se mande más que honrar a los ascendientes, es una manera de asegurar que las tradiciones puedan tener continuidad y pasar de padres a hijos, pues en caso contrario, si fueran los deseos de los descendientes los que hubiera que honrar: las cosas cambiarían casi continuamente y dios correría peligro.
LXXIV   Porque seguramente con buen sentido, el cuarto mandamiento dice a los hijos: honrarás, que según el diccionario significa: respetar, enaltecer el mérito, siempre de los padres y de cómo fueron y qué pensaron. Honra merecida que luego en el acerbo popular se devuelve a quien honra: quien a su familia parece honra merece. El mandamiento no dice querrás o amarás que es lo que tienen que hacer los hijos hacia sus padres aunque no se lo merezcan, que bien pocas veces lo merecen, pero esos sentimientos quedan exclusivamente para dios, que dios los merece aunque el padre no merezca ser honrado.
LXXV   Porque el quinto mandamiento dice: no matarás. Desde estas páginas estoy totalmente de acuerdo, porque nadie tiene derecho ni legitimidad para matar a nadie, por mucho que podamos pensar que mejor merezca estar muerto. Lástima; es paradójico que este mandamiento, con el que a lo largo de la historia de las sociedades las religiones monoteístas han impregnado las leyes penales de tal manera, que nunca se ha podido cumplir, siempre han encontrado una excepción para matar a los semejantes. Si el semejante ha ofendido a dios pecando, está permitido darle muerte. Ajusticiarle en el nombre de dios, dicen.
LXXVI   Porque si en la religión que nace de las Sagradas Escrituras hubieran cumplido con este mandamiento los fieles a dios, no hubiera habido ninguna de las guerras, crímenes y violencias de las que fue casi siempre promotor el pueblo de dios, según relatan las mismas Escrituras con detalles crueles. Sin ir más lejos y en los mismos tiempos en que los diez mandamientos se dieron a conocer al mundo por influencia divina, fueron llevados los soldados del ejército egipcio por ese dios a la muerte: ahogados tragados por las aguas del mar Rojo. También a los filisteos los hicieron enemigos a muerte en cada página.
LXXVII  Porque me hicieron entrar a pensar, cuestionar y a preocuparme por unos temas de los que yo no sabía nada y ni siquiera podía sospechar de qué se trataba. En el sexto mandamiento nos decían: no cometerás actos impuros. Estoy seguro que en aquellos años no solo no sabía qué era eso de los actos impuros, sino que además, si me lo hubieran dicho tampoco lo hubiera entendido. Luego ya sospeché qué era aquello natural a lo que se refería como acto impuro, pero la verdad no supe nunca dónde estaba la raya del pecado. Y posiblemente ahora tampoco la sabría colocar.
LXXVIII   Porque cómo podía yo de niño pensar en quitar, en robar nada a nadie, si hasta para coger una porción de chocolate en casa pedía permiso, y si estaba fuera de casa, no pensaba que estuviera mal, si cogía alguna cosa para comer, si estaban para cogerlas los niños y me decían: coge. Y así el séptimo decía: no hurtarás. Con mis amigos pensaba que quería decir que no podíamos ir al campo a coger cerezas. Aquello tampoco podía ser, porque cuando nos veía el dueño salíamos corriendo y cuando el hombre nos gritaba ¡no corráis coger lo que queráis! cuanto más gritaba más corríamos.
LXXIX   Porque no es por sacarle punta a todo; pero el mandamiento dice: no hurtarás, que en definitiva es apropiarse de cosas pequeñas de otros sin violencia ni intimidación y que la mayoría de las veces se hacer por necesidad. El mandamiento es una manera de predicar: no compartir entre los semejantes ni las cosas más pequeñas, y de defender lo que es mío y solo mío y nadie lo puede tocar porque no me quita a mí sino que se lo quita a dios. Sin embargo no dice no robarás que es mucho más grave: que significa apropiarse de cosas grandes de la forma en que sea y casi siempre sin ninguna necesidad.


LXXX   Porque en casi todas las ocasiones de la vida pocas veces se sabe qué es la verdad de cualquier cosa, seguramente porque todas las verdades tienen un lado oculto que además es muy difícil de apreciar, y sin embargo en el octavo decían: no dirás falso testimonio ni mentirás. En un mundo en el que la verdad y la mentira depende del color del cristal con que la miras, es imposible poder confesar a ciencia cierta en qué has pecado, cuando además, la gran mayoría de las mentiras no dejan por una causa u otra de ser mentiras piadosas o no confesar en propia contra que es muy legítimo. 

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