LXXI Porque en
el segundo mandamiento tampoco se olvida del: yo, mi, me, conmigo, y dice: no usarás el nombre de dios en vano. Dios
exige el respeto para sí mismo sin tener nadie conciencia de si en realidad
existe puesto que nunca nadie lo había visto hasta aquel momento en el que
entregó las tablas. Y solamente lo vio Moisés. Pero es fácil pensar que vuelve
a ser otra estratagema para que nadie pueda usar el nombre de dios: ni para
bien ni para mal, sino que solamente tiene derecho a usarlo el representante de
dios en la tierra: nombrado a sí mismo por sí mismo, envuelto en mil embustes y
prodigios.
LXXII Porque
el tercero dice: santificarás las fiestas.
Pero cuidado: las fiestas a las que se refiere son las que se hacen en
atención, alabanza y adoración a dios. Fiestas que siempre han existido en las
comunidades humanas alrededor de los equinoccios y solsticios, y que posteriormente
se han trasformado en las fiestas que soportan la tradición católica y que ya
no existen. Fiestas paganas dicen que eran. Aquellas que no han sido religiosas
o no han podido sostener un contenido religioso han sido perseguidas a lo largo
de la historia. Y además planificaron las fiestas para que todo en el mundo se
paralizara: para alabar a dios.
LXXIII Porque
el cuarto mandamiento con apariencia de ser tan razonable como inocuo dice: honrarás a tu padre y a tu madre. Se
olvida de la otra parte que también es importante: honrarás a tus hijos y a tus
hijas. Se habla de la familia y de los ascendientes y descendientes, pero el
hecho de que no se mande más que honrar a los ascendientes, es una manera de
asegurar que las tradiciones puedan tener continuidad y pasar de padres a hijos,
pues en caso contrario, si fueran los deseos de los descendientes los que
hubiera que honrar: las cosas cambiarían casi continuamente y dios correría
peligro.
LXXIV Porque
seguramente con buen sentido, el cuarto mandamiento dice a los hijos: honrarás, que según el diccionario
significa: respetar, enaltecer el mérito, siempre de los padres y de cómo
fueron y qué pensaron. Honra merecida que luego en el acerbo popular se
devuelve a quien honra: quien a su
familia parece honra merece. El mandamiento no dice querrás o amarás que es
lo que tienen que hacer los hijos hacia sus padres aunque no se lo merezcan,
que bien pocas veces lo merecen, pero esos sentimientos quedan exclusivamente
para dios, que dios los merece aunque el padre no merezca ser honrado.
LXXV Porque el
quinto mandamiento dice: no matarás. Desde estas páginas estoy totalmente de
acuerdo, porque nadie tiene derecho ni legitimidad para matar a nadie, por
mucho que podamos pensar que mejor merezca estar muerto. Lástima; es paradójico
que este mandamiento, con el que a lo largo de la historia de las sociedades
las religiones monoteístas han impregnado las leyes penales de tal manera, que nunca
se ha podido cumplir, siempre han encontrado una excepción para matar a los semejantes.
Si el semejante ha ofendido a dios pecando, está permitido darle muerte.
Ajusticiarle en el nombre de dios, dicen.
LXXVI Porque si
en la religión que nace de las Sagradas Escrituras hubieran cumplido con este
mandamiento los fieles a dios, no hubiera habido ninguna de las guerras,
crímenes y violencias de las que fue casi siempre promotor el pueblo de dios,
según relatan las mismas Escrituras con detalles crueles. Sin ir más lejos y en
los mismos tiempos en que los diez mandamientos se dieron a conocer al mundo por
influencia divina, fueron llevados los soldados del ejército egipcio por ese dios
a la muerte: ahogados tragados por las aguas del mar Rojo. También a los filisteos
los hicieron enemigos a muerte en cada página.
LXXVII Porque
me hicieron entrar a pensar, cuestionar y a preocuparme por unos temas de los que
yo no sabía nada y ni siquiera podía sospechar de qué se trataba. En el sexto mandamiento
nos decían: no cometerás actos impuros.
Estoy seguro que en aquellos años no solo no sabía qué era eso de los actos impuros, sino que además, si me lo
hubieran dicho tampoco lo hubiera entendido. Luego ya sospeché qué era aquello
natural a lo que se refería como acto impuro, pero la verdad no supe nunca dónde
estaba la raya del pecado. Y posiblemente ahora tampoco la sabría colocar.
LXXVIII Porque
cómo podía yo de niño pensar en quitar, en robar nada a nadie, si hasta para
coger una porción de chocolate en casa pedía permiso, y si estaba fuera de
casa, no pensaba que estuviera mal, si cogía alguna cosa para comer, si estaban
para cogerlas los niños y me decían: coge. Y así el séptimo decía: no hurtarás.
Con mis amigos pensaba que quería decir que no podíamos ir al campo a coger
cerezas. Aquello tampoco podía ser, porque cuando nos veía el dueño salíamos corriendo
y cuando el hombre nos gritaba ¡no corráis coger lo que queráis! cuanto más
gritaba más corríamos.
LXXIX Porque no
es por sacarle punta a todo; pero el mandamiento dice: no hurtarás, que en definitiva es apropiarse de cosas pequeñas de
otros sin violencia ni intimidación y que la mayoría de las veces se hacer por
necesidad. El mandamiento es una manera de predicar: no compartir entre los
semejantes ni las cosas más pequeñas, y de defender lo que es mío y solo mío y
nadie lo puede tocar porque no me quita a mí sino que se lo quita a dios. Sin
embargo no dice no robarás que es
mucho más grave: que significa apropiarse de cosas grandes de la forma en que
sea y casi siempre sin ninguna necesidad.
LXXX Porque en
casi todas las ocasiones de la vida pocas veces se sabe qué es la verdad de
cualquier cosa, seguramente porque todas las verdades tienen un lado oculto que
además es muy difícil de apreciar, y sin embargo en el octavo decían: no dirás falso testimonio ni mentirás.
En un mundo en el que la verdad y la mentira depende del color del cristal con
que la miras, es imposible poder confesar a ciencia cierta en qué has pecado,
cuando además, la gran mayoría de las mentiras no dejan por una causa u otra de
ser mentiras piadosas o no confesar en propia contra que es muy legítimo.
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