jueves, 1 de septiembre de 2016

Ya son cuarenta

XXXI Porque aunque decían que la Virgen María era la madre de todos nosotros y a ella había que invocar con nuestras oraciones si queríamos llegar a dios por el camino más corto, no obstante también me enseñaron el Gloría para que les rezara a todos los dioses a la vez, aunque en verdad solo era uno, más que nada para por si acaso, que nunca se sabe, y rezar no hace mal a nadie, que se sepa. Gloria al padre. Gloria al hijo. Gloria al espíritu santo… Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. Todo es para siempre y quienes lo rezaban con más devoción ni lo entendían.


 XXXII Porque además: cualquier ocasión era oportuna para en casa rezar el rosario en familia, que bien poco me costó entender aquello de las cuentas, aunque cuando yo contaba, a veces se me olvidaba pasar alguna o avisar del gloria y entonces me quitaba mi abuela el rosario de cuentas de la mano. Y se rezaba para que cuando pasara lo que pasara, no pasara, o pasara lo mejor que pudiera pasar. Si se rezaba un rosario al menos así pasaba la tarde en ese rato en el que habiendo anochecido todavía era pronto para cenar. Y era una forma de coger el sueño si agobiado en la cama no era bastante con rezar un poco.

XXXIII  Porque si ibas a la iglesia a rezar el rosario antes de que empezara la misa, a lo mejor era un cabodeaño, también había que rezar las letanías a la virgen. Desde el primer Señor ten piedad, hasta el último: para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo podría repetirlas todas: Madre inmaculada, madre amable, madre admirable, madre del buen consejo, madre del creador, madre del salvador, madre de misericordia, madre prudentísima, madre digna de veneración, madre digna de alabanza. A cada letanía se contestaba: ruega por nosotros solo las mujeres mayores decían ora pro nobis.


XXXIV  Porque me decían que tenía que rezar para tener a dios presente y que dios estuviera atento a mis cuitas. Todas estas oraciones las recuerdo todavía. Las habré repetido millones de veces de forma autómata y quedaron grabadas en mi memoria. Lo cierto es que ahora las entiendo, pero recuerdo que de niño me parecían algo así como un trabalenguas parecido a otro que me enseñaba mi abuelo José que era menos de misas: pan y pan y pan, pan y pan y medio, cuatro medios panes, tres panes y medio cuántos panes son. Y yo contestaba: ¡nueve! porque lo sabía y así me daba un caramelo de la tos.



XXXV   Porque no hay respuesta que justifique que se eduque desde la infancia en la necesidad, sino en la obligación, de tener a dios presente cada día y se pueda hacer a los niños que recen hasta el aburrimiento para pedirle a dios. Según la propia doctrina que predican, dios sabe bien cuales son las necesidades del niño, y tendría que faltarle el tiempo para satisfacerlas y por lo tanto no habría molestia de rezar. Pero sin embargo, se mantiene la obligación de rezar y si no es para pedir, que no siempre hay que ser tan pedigüeños, hay que rezar para darle las gracias a dios por cualquier cosa que fluya con normalidad.



XXXVI   Porque no solo eran las oraciones que había que rezarlas con los ojos cerrados, y muy a lo que estabas, sino que también había que tener un comportamiento acorde con el momento de rezar y estar con dios. Allí en la iglesia para estar como dios quería que estuvieran sus hijos, me enseñaron a poner las manos juntas por las palmas en el pecho y a estar serio y aburrido: circunspecto. Además hube de aprender a arrodillarme cuando me debía arrodillar. Estando en la iglesia había que saber cuándo se podía estar sentado, cuando había que ponerse de pie o ponerse de rodillas aunque nos hiciera daño.

XXXVII  Porque me enseñaron a persignarme, ahora no sé con certeza de qué se trataba, pero quiero recordar que pudiera ser el gesto de hacer una cruz en la cara a la par que se hacía una genuflexión al pasar por delante del altar mayor de la iglesia y saludar a Cristo y al sagrario con respeto. Pero persignarse también era un gesto que hacían las mujeres cuando salían por la mañana de sus casas y que ahora me hace gracia que lo hacen algunos futbolistas cuando entran en el campo de fútbol o cuando meten un gol. Son de esos gestos que se hacen casi automáticamente y que a la par de que no sirven de nada dicen mucho.

XXXVIII   Porque cada vez que entrábamos a la iglesia había que ir a buscar el agua bendita. Con el agua bendita en los dedos índice y corazón hacer una cruz: la primera en la frente, en los hombros y en el pecho. El agua bendita que mojaba los dedos había que ofrecérsela a quien nos venía acompañando, aunque si eran mis tías ellas eran las que me daban el agua directamente a mis dedos con un manotazo. Menos mal que el monaguillo de escayola que había al lado de la pila de agua bendita te miraba con una sonrisa. Era la única sonrisa que se podía ver en la iglesia. Lo demás era serio, muy serio.

IXL  Porque en la iglesia de mi pueblo, en medio de la nave, había bancos para sentarse, los hombres a un lado y las mujeres al otro, aunque los hombres casi todos estaban de pie y les gustaba estar al fondo porque entraban tarde y así no los veían sus mujeres llegar. Había en los laterales una especie de sillas que se llamaban reclinatorios y que cada señora tenía el suyo para rezar. A mí me gustaba pasarme de un reclinatorio a otro a leer las iniciales de la dueña que estaban escritas con unas chinchetas doradas clavadas. Ahora sé que a la iglesia muchas personas asistían obligadas, para tener papeles de afección al régimen.

XL  Porque en los laterales del altar de la iglesia de mi pueblo, allí arriba, encima de unas peanas sujetas a la pared, muy altas y adornadas, estaban representados los arcángeles: Gabriel, Rafael y Miguel. Eran los jefes de los ángeles que tenía dios en el cielo. Eran como las personas pero con unas alas grandes en la espalda que a lo mejor serían para poder volar a la tierra desde el cielo. Miguel estaba representado con un tridente tirando a un demonio a un abismo desde el cielo. Observar estas imágenes era una manera de entretenerse y pasar el rato para sufrir paciente los latinajos en los que se decía la liturgia.

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