LXI Porque en la catequesis hube de aprender el credo:
Creo en dios padre todopoderoso creador
del cielo y de la tierra, creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro señor, que
fue concebido por obra y gracia del espíritu santo y nació de santa María la
virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue: crucificado, muerto y
sepultado, descendió a los infiernos y resucitó al tercer día de entre los
muertos, y subió al cielo, y está sentado a la derecha de dios padre
todopoderoso y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos… Me
aprendí de memoria éste que era corto y después otro más largo.
LXII Porque me hicieron confesar siendo inocente. ¿Y
de qué me iba a confesar yo en aquellos años…? ¿Qué podía haber hecho de lo que
ya me tuviera que confesar y sentir culpable…? cuando además decían que yo era
un niño muy modoso y formal que no daba ningún mal a nadie en ningún sitio. No
logro entenderlo y además en este mismo momento me desquicia y me desquicia más
todavía que alguien pueda pensar que estoy exagerando. Y puedo llegar a perder
las formas ante quien quisiera restar un ápice de gravedad a esta actuación de
maltrato infantil que no sé si todavía se hace con los comulgantes.
LXIII Porque la verdad es que repaso aquello, pensando y recordando y que nunca supe qué decirle al cura de qué me confesaba, Creo adivinar ahora que como en la confesión tenía que decirle algo que tuviera alguna trascendencia, aunque fuera pequeña, me inventaba los pecados que había cometido: si había desobedecido a mi abuela, que si he hecho enfadar a mi madre o si no había querido jugar con mi tío Juanito porque me hacía rabiar. En fin pecata minuta. Bueno, esas cosas de niño que al parecer eran pecado para los mayores. Si además repasaba el resto de los mandamientos y ni sabía qué querían decir.
LXIII Porque la verdad es que repaso aquello, pensando y recordando y que nunca supe qué decirle al cura de qué me confesaba, Creo adivinar ahora que como en la confesión tenía que decirle algo que tuviera alguna trascendencia, aunque fuera pequeña, me inventaba los pecados que había cometido: si había desobedecido a mi abuela, que si he hecho enfadar a mi madre o si no había querido jugar con mi tío Juanito porque me hacía rabiar. En fin pecata minuta. Bueno, esas cosas de niño que al parecer eran pecado para los mayores. Si además repasaba el resto de los mandamientos y ni sabía qué querían decir.
LXIV Porque ahora ya nadie quiere recordar cómo nos hicieron
confesar arrastrando nuestra inocencia por el suelo de la Iglesia para tratar de
domarnos y sin importarles para nada nuestra dignidad y el quebrantamiento que
suponía de nuestra niñez. Aquellos eran otros tiempos, dicen ahora, como si hubiera
sido en el año de la maricastaña, y fue como aquel que dice hasta ayer mismo
cuando se preocupaba el cura por nuestros pecados, aunque entonces seguro que no
le interesara: qué habíamos comido al mediodía o si llevábamos los zapatos con
un agujero en la suela o si había algún dinero en nuestra casa.
LXV Porque para poder confesarme me hicieron aprender
el: Yo pecador me confieso a dios todo
poderoso porque he pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión, por mil
culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, por tanto ruego a santa María la
virgen y a los ángeles y a todos los santos, para que intercedan por mí ante
dios nuestro señor, amén. Tela, tela, tela, ¿cómo se puede hacer esto con
un crío…? Esta es una tortura sicológica que sin duda, en ocasiones habrá
tenido consecuencias desastrosas para la formación del carácter de las personas
alimentando ese complejo de culpa.
LXVI Porque después que hice la primera comunión, para
confesarme cada semana, tenía que ir a la iglesia el sábado por la tarde. Si
había fiesta en medio de la semana, según los días que hubieran pasado, también
tenía que ir la víspera de esa fiesta, porque si no eran muchos días sin
confesar y yo era un pobre pecador. En la iglesia me ponía al lado del
confesionario de rodillas en un banco y me decían que tenía que pensar en los
pecados que había cometido en los últimos días desde la última vez que me había
confesado. A eso le llamaban acto de contrición que además no se podía traer
hecho de casa.
LXVII Porque para
poder hacer el acto de contrición me tuve que aprender los mandamientos que era
muy importante sabérselos bien porque nos los dio el señor para que los
cumpliéramos los hombres. Los diez mandamientos venían en el catecismo con un
orden exacto jerárquico que había de saberlo de carrerilla. También decía que
estos diez mandamientos se encierran en dos: amarás a dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El
mandamiento nuevo no entraba entre aquellos: que os améis los unos a los otros como yo os he amados. Lo cantábamos
en una canción que ensayamos a coro.
LXVIII Porque teniendo
poco más de siete años, niño todavía, hube de aprenderme de memoria aquellos
mandamientos que no entendía. Mandamiento quiere decir que lo que se manda es para
que se obedezca sin discutir. Eran los mandamientos que el señor le entregó a
Moisés en el monte Sinaí, en las dos tablas de la Ley. Porque dicen las
Escrituras que Moisés es uno de los pocos hombres en la historia que ha hablado
con dios. Cuando dirigía a su pueblo, subía al monte, hablaba con dios y le
decía dios lo que tenía que decir, y bajaba Moisés y le decía a su pueblo que
era lo que le había dicho dios para que les dijera.
LXIX Porque aquellos
mandamientos eran tan antiguos y estaban llenos de palabras de las que se
usaban entonces que eran muy difíciles de comprender por mí. Palabras que si
preguntabas qué querían decir, igual, así como así, te ganabas una buena bofetada.
Por lo tanto no quedaba otra manera de aprenderlos que repetirlos y repetirlos
una y otra vez: en la catequesis, en casa y en la cama hasta quedar dormido. Y
como siendo tan niño no los pude reflexionar porque no los entendía, aprovecho para
hacer esa reflexión en estos momentos desde esa nueva perspectiva, en la que sí
sé lo que dicen y lo que quieren decir.
LXX Porque como una muestra de las intenciones que
tienen los diez mandamientos, el primero dice y manda: amaras a dios sobre todas las cosas. Yo, mi, me, conmigo y para mí.
Es importante observar la trascendencia de este primer mandamiento: es difícil y
poco creíble ordenar que le amen a uno así porque sí, y entonces para salvar
esta dificultad, quien lo redactó en lugar de decir directamente que le amaran
a él que no pasaba de ser un hombre con aires de profeta, prefirió la
estratagema de decir que se amara a dios en tercera persona, y luego ya diría
que dios le decía a él lo que fuera.
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