lunes, 19 de septiembre de 2016

Más de cincuenta y nueve

LI   Porque no me cabe ninguna duda de que en mi entorno familiar, estas conductas con las que quisieron educarme con arreglo a los cánones cristianos, las hacían de muy buena fe y por mi bien. Aunque a mí ahora no me parezca lo más propicio, estoy seguro de que todas aquellas personas eran temerosas de dios y no se hubieran perdonado en el caso de que no hubieran cumplido con su deber cristiano de manera adecuada. A aquellas personas, aquellos tiempos y aquellos poderes, les hicieron pensar como pensaban, en definitiva eso era lo que ellas pensaban y si obraron mal yo no se lo puedo reprochar.
LII   Porque todavía era un niño y ya habían compuesto los pilares de la vida ante mis ojos: dios todopoderoso, la iglesia con sus curas y sus monjas, rezar para pedir y dar gracias, y al otro lado: el mal y el infierno. Conocía a todos sus protagonistas: Jesús que era el hijo de dios, la virgen que era la madre de dios y madre nuestra, el espíritu santo que nunca supe realmente quien era y los ángeles que nos defendían con armas y bagajes de todo mal y el demonio siempre atento y acechando. Y la muerte: la muerte de dios que en semana santa se nos mostraba más intensa y cercana, y nuestra propia muerte.
LIII   Porque aunque pueda parecer increíble todo esto lo viví y lo recuerdo siendo niño, muy niño, todavía no había cumplido los seis años y estaba ya tan mentalizado en la práctica de la religión que con mis amigos de la calle en que vivía que eran un poco mayores que yo, me había apuntado a la catequesis, para descubrir la primera comunión. Luego no pude hacerla ese año, porque era muy niño que todavía iba a las monjas, y no tenía la edad del uso de razón, que era un requisito para comulgar y mi madre decidió aplazarla al año siguiente, cuando fuera a la escuela de los mayores con los maestros.
LIV Porque he observado que siendo la religión una opción de adultos sin embargo la iglesia se apodera de la infancia y ya desde el principio hace asimilar a los niños ideas que jamás serían capaces de hacer entender y convencer cuando fueran mayores. De niños cincelan en la mente los cuentos sagrados, las ideas absurdas, es cuando los instruyen con los misterios y el culto que propagan y que poco a  poco acaban pareciendo evidentes en las mentes de los niños y las temerán y mantendrán en su conciencia el resto de su vida, de tal manera que para estas materias ya no consultarán jamás a la razón.  
LV Porque aunque seguramente muchas cosas las he sabido luego, sin embargo, recuerdo bien lo que viví aquellos años en los que iba por mi cuenta a la iglesia que ya era como mi casa. Recuerdo que al poco tiempo y queriendo la iglesia modernizarse en sus formas y en sus maneras de dirigirse a los fieles, dieron la vuelta a los altares y entonces los curas ya celebraban la misa de cara a los feligreses, que hasta entonces no les daba la cara a los asistentes más que en el momento de la celebración. Estoy seguro que también pusieron más luz o corrieron las cortinas de las ventanas porque la iglesia estaba distinta.
LVI Porque ahora, tiempos diferentes, con poderes más repartidos y con un abanico de ideas y pensamientos abiertos al mundo, en determinadas familias se sigue este mismo orden educativo, guiados por la Iglesia Católica que de esta manera amoldan la sociedad a la sumisión y la obediencia. No entiendo esta obsesión que tienen las autoridades religiosas por hacer sufrir al género humano de manera gratuita haciendo que estén pensando en dios y en la cruz y con su proselitismo perpetuo y pretender eternamente que los demás tengamos que pensar como ellos. Como si no tuviéramos otra cosa que pensar.
LVII Porque de aquellos años recuerdo perfectamente el día que murió el papa Juan XXIII. Estaba en el convento de las monjas sentado ante una mesa con revistas o fotografías. No sé porqué, pudiera ser que pasase allí muchas horas. Era poco antes del mediodía cuando entró una de las monjas llorando porque se había muerto el papa. Aquello me dejó por primera vez impotente ante un problema. Qué podía hacer yo para que no llorara aquella mujer salvo ponerme a llorar con ella para acompañarla. Luego me enseñó alguna foto de alguna revista de las que había en la mesa: un señor mayor gordito con gorro.
LVIII Porque ya me iba haciendo mayor y poco antes de comulgar, ya me tenía que hacer responsable de mi conducta religiosa por mí mismo. Los domingos iba a oír misa sin ser acompañado por ninguna persona mayor. Eso sí, cuando poco después de que se acabara la misa mayor llegaba a casa de mi abuela y me preguntaban qué había dicho el cura en el sermón desde el púlpito, ya estaba perdido ¿cómo iba a entender lo que decía el cura con esos hablares tan rimbombantes que tenía y que además siempre parecía estar enfadado? Hay que estar atento a lo que dice el cura me decía mi abuela.
LIX Porque ya tenía seis años y ya iba a la escuela con Don Luís Pérez al segundo grado. Mi tío Rafael había dicho que todo lo que tenía que aprender en el primer grado: ya me lo sabía, y como era autoridad de Falange pues pasé al grado siguiente. Allí con chicos que eran al menos dos años mayores que yo aprendí a multiplicar y dividir. Las primeras lecciones de la religión católica sin embargo las aprendí en las catequesis para la primera comunión y como fui dos años seguidos aprendí muy bien al menos todo lo que concernía a la confesión que era lo más importante para no comulgar en pecado que era un sacrilegio.

LX  Porque, para poder hacer mi primera comunión. tuve que acudir a la catequesis que se daba algunas tardes durante la primavera desde antes de que empezaran las vacaciones de semana santa en la escuela, y hasta que llegaba el día de la Ascensión. En esta catequesis en la que nos enseñaban algunas mujeres catequistas las cosas de la religión, hube de aguantar el mal genio de mi tía Rosalía y sus amenazas veladas de que no podría comulgar si no estaba preparado para recibir a dios nuestro señor. Como era mi pariente, se tomaba como una cuestión familiar que yo me supiera la doctrina mejor que nadie. 

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